sábado, 30 de junio de 2012

TEORÍA DE LA NOVELA POSMODERNA



Gonzalo Navajas, profesor de Literatura moderna de la universidad de California, Irving, publicó Teoría y práctica de la novela posmoderna en 1987. La obra es una colección de ensayos estructurados en torno a la ficción contemporánea. Y según advierte en la introducción, la mayoría de ellos, ya habían sido publicados en revistas como: Ínsula, Hispanic Review, Revista de Occidente.
El libro está organizado en tres apartados. El primero presenta una introducción general sobre la novela española posmoderna. En el segundo apartado se analizan algunas novelas de Carmen Martín Gaite, Juan Goytisolo, Juan Benet, Luis Goytisolo y Vázquez Montalbán. Y en el tercer apartado presenta trabajos sobre la teoría de la ficción y la teoría de la literatura.
En el primer apartado: “Retórica de la novela posmoderna española”, define el posmodernismo como “un movimiento intelectual y estético euroamericano que se separa de la episteme modernista y propone una diferente”1. Cronológicamente lo sitúa al final de la década de los años 50 (Proust, Joyce, V. Wolf) y señala como novelistas españoles destacados de esta tendencia a Luis Martín-Santos, Juan y Luis Goytisolo, Juan Benet, Carmen Martín Gaite etc.
Gonzalo Navajas precisa aún más la definición y dice: “La característica más comprensiva del posmodernismo es su oposición al sistema analítico-referencial que ha predominado en el pensamiento occidental moderno desde la revolución cartesiana y la aparición de la ciencia experimental” (14).
El posmodernismo se opone a un concepto orgánico de la obra y niega la existencia de un orden lineal y una unidad definida en el texto. Frente al significado unitario prefiere la metasignificación, el repertorio múltiple y dialécticamente conectado de significados.
La novela española de estos años (60 y 70 hasta 1975) se aleja del realismo y ofrece una visión del texto novelístico como un objeto autosuficiente que no requiere la confirmación del mundo exterior para existir. Y propone como ejemplos de esta novela posmoderna: La saga/fuga de J. B. de Torrente Ballester, La reivindicación del Conde don Julián, Juan sin tierra de Juan Goytisolo o En el estado de Juan Benet.
Estas novelas manifiestan, de un modo bastante radical, la imposibilidad del conocimiento verdadero del hombre y del mundo. En el texto, con casi nula expectativa ficcional, aparecen figuras que podrían llegar a ser personajes, diálogos, un conato de argumento; pero ninguno de los elementos llega a concretarse en una historia y la novela se disuelve en la nada. Lo único que se ha presentado es la imposibilidad del conocimiento.
La narrativa posmoderna tiende a reducirse, ya que algunos textos posmodernos reivindican de una manera más o menos explícita el silencio, la página en blanco. La obra de Samuel Beckett es de las más radicales con su parquedad conceptual y lingüística.
Nos hallamos ante una literatura implosiva. La novela posmoderna sigue una lógica de vaivén en la que el principio y el fin de la trayectoria ficcional son idénticos: el texto y el autor.
Un buen número de personajes de la ficción posmoderna son mujeres, que rompen con los tabúes sexuales (bisexualidad, lesbianismo) y, además, hay una relación de dependencia entre sexualidad y poder.
Así en Extramuros (1978) de Jesús Fernández Santos, la narradora (hermana en un convento de clausura) escribe el texto de su relación amorosa con otra hermana para dejar testimonio de su sufrimiento y también para lograr un grado de independencia con relación a la hermana amada. Sin duda es importante para la narradora revelar su amor prohibido y silenciado, pero sobre todo lo que pretende es poner de manifiesto, ante su propia conciencia, el sistema de dominación que la otra hermana estableció en sus relaciones amorosas. La narradora se da cuenta, que su amada, la ha utilizado para lograr su ambición personal. Y sólo consigue lo que desea después de la muerte de la amada, cuando ella es capaz de modelar su amor en su mente, según sus deseos y sin intervenciones ajenas.
Después hace un análisis de “El diálogo y el yo” en Retahílas (1974) de Carmen Martín Gaite. La autora, que escribe una novela de comedida renovación narrativa, plantea como tema clave: la comunicación, la búsqueda de interlocutor. La protagonista principal es una mujer, Eulalia, que significa bien hablar y dialoga con su sobrino Germán, cuyo significado, hermano, será propicio para la confidencia; con todo esto Eulalia, con más edad y más experiencia, comenzará la conversación (las retahílas) para que su sobrino la continúe y complete.
Germán y Eulalia rememoran sus vivencias y el deseo de contarlas es tan elocuente, que casi llegan a volver a vivir sus antiguas frustraciones, sus sueños y sus desamores.
La novela es una defensa del diálogo como medio de autodescubrimiento, a partir de una conversación sobre las claves de la vida, entre dos seres que anhelan una realización personal a través del conocimiento de sí mismos.
Aborda también el análisis de Juan sin tierra (1975) de Juan Goytisolo y ésta sí se puede considerar una novela posmodena totalmente alejada del realismo; en ella el novelista elimina los elementos convencionales (protagonista, trama) que integran la estructura de la novela, ya que lo que pretende es que el lector fije su atención en el modo narrativo.
Juan sin tierra es una novela-ensayo, que hace acopio de materiales narrativos y ensayísticos; y lo que da unidad a esos elementos dispares es la dura crítica de los valores establecidos y la revisión de los postulados de la novela realista.
Esta ruptura con la novela realista, a base de buscar un lenguaje nuevo y personal, se nota también en la puntuación (uso con profusión de los dos puntos) y en la disposición tipográfica del texto. Se intercalan textos en idiomas clásicos y modernos, que se elaboran, se hace literatura de otra literatura y se hace ensayo con la novela.
No obstante concluye Navajas este camino transitado por Juan Goytisolo produce repeticiones con relación a Don Julián y Señas de identidad, con lo cual parece ser que Juan sin tierra cierra un periodo.
Titula otro ensayo: “Internalización e ideología” en La cólera de Aquiles de Luis Goytisolo. Y dos temas son tratados con atención preferente en la novela: la naturaleza de la sexualidad y la condición del acto político.
La figura principal que ejerce la sexualidad es la narradora, Matilde Moret, bisexual, ya que estuvo casada con Juan Antonio en el pasado y ahora tiene relaciones íntimas con Camila. Matilde busca en su amante Camila, la satisfacción de un deseo de dominación absoluta.
Otro tema que desarrolla es el de la militancia política, pues en la Dictadura ocupó un lugar privilegiado en la vida de los protagonistas y ahora en el tiempo de la novela recibe acerbas críticas.
Aspecto importante es, también, la implicación del lector en la creación a través de la novela inserta: El Edicto de Milán, cuya autora es Matilde Moret; pues se incorporan juicios del lector y comentarios de la crítica.
La otra obra que analiza Gonzalo Navajas es La rosa de Alejandría de Manuel Vázquez Montalbán, novela perteneciente al género policiaco, en la que se incrustan componentes ajenos al género, como el análisis político o la reflexión intelectual; por lo cual se podría considerar una novela posmoderna.
La rosa de Alejandría, por su parte, presenta una historia tradicional del género policiaco. Se produce un asesinato, la víctima es una mujer. Aparece un detective privado, que llevará a cabo la investigación del caso y sigue el desarrollo normal de una novela policiaca. El lenguaje es funcional. Predomina el lenguaje del hombre de la calle, del trabajador, de la prostituta, del policía.
Los personajes son presentados de forma realista (con pajarita, miope, pálido de plenilunio). El cronotopo también es convencional, si acaso utiliza algún “flashback” como apoyo de la historia que presenta.
Pero lo que excede del género policiaco es la crítica a la sociedad española, recién salida del largo periodo de la Dictadura, que más bien manifiesta una actitud acomodaticia, que un empuje para transformación del país. El narrador muestra su desencanto hacia una sociedad, que no ha sido o no ha querido, emprender una acción revolucionaria y modernizadora de las estructuras sociales.
Por ultimo, el tercer apartado lo dedica al estudio del formalismo ruso y a la teoría de la literatura.
Madrid, 12 de noviembre de 2011
Anastasio Serrano

jueves, 28 de junio de 2012

EL COSTUMBRISMO ÁUREO EN EL DÍA DE FIESTA POR LA MAÑANA Y POR LA TARDE de Juan de Zabaleta




Orígenes, arranque y proyección del costumbrismo:

El costumbrismo literario pretende reflejar los usos y costumbres de los ciudadanos sin analizarlos ni interpretarlos, ya que de ese modo se entraría en el realismo literario, con el que se halla directamente relacionado. Se extiende por todas las artes (literatura, pintura, música, danza, trajes), siendo el folclore una forma de costumbrismo.

Los temas son los cuadros de costumbres, llamados también artículos de costumbres, y son bocetos en los que se pintan costumbres, usos, tipos característicos de la sociedad, paisajes y diversiones, unas veces con el ánimo de divertir y otras con marcada crítica social y moralizadora.

Una de las características del arte español, especialmente la literatura, es su tendencia al realismo, que empieza a perfilarse en el primer texto narrativo en lengua castellana, el Cantar de Mío Cid, y se prolonga a través del elemento popular, que impregna el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, La Celestina, el Lazarillo, Rinconete y Cortadillo, “el primero y hasta ahora no igualado modelo de cuadro de costumbres” según Menéndez Pelayo.

Correa Calderón, 1964, cita como antecedentes del costumbrismo el Corbacho del Arcipreste de Talavera, El diablo cojuelo de Vélez de Guevara, los Coloquios de Torquemada y las Cartas de Eugenio de Salazar.

Pero el costumbrismo propiamente dicho comienza a desarrollarse en España en el siglo XVII, como consecuencia de las directrices del Concilio de Trento y la Contrarreforma española, que supuso el cierre de las fronteras culturales decretado por Felipe II. Así pues, el costumbrismo cala en nuestra literatura y estará presente en la novela picaresca, en los pasos y el entremés.

Estos son los autores calificados con el marbete de costumbristas en el siglo XVII: Antonio Liñán y Verdugo con su obra, Guía y avisos de los forasteros que vienen a la Corte (1620); Bautista Remiro de Navarra con Los peligros de Madrid (1646), Juan de Zabaleta con El día de fiesta por la mañana (1654) y El día de fiesta por la tarde (1660) y Francisco Santos con Día y noche en Madrid (1663). Esta literatura costumbrista tendría su continuación en el siglo XVIII con Torres de Villarroel, Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por Madrid; con don José Cadalso, Las cartas Marruecas; Clavijo y Fajardo con el Pensador y muchas páginas de la prensa periódica con cuadros costumbristas de escritores anónimos en El correo de Madrid, Diario de las Musas, El Semanario de Salamanca.

En el siglo XIX el costumbrismo tuvo su desarrollo pleno en el Romanticismo con el artículo de costumbres, ya con intención política y con conciencia de exaltación de lo pintoresco ( Larra, Estébanez Calderón, Mesonero Romanos…).

El costumbrismo tuvo su continuación en el siglo XX con las comedias andaluzas de los hermanos Quintero, Arniches con sus sainetes de tipos populares madrileños; Ramón Gómez de la Serna con su Elucidario de Madrid, El Rastro o su novela madrileñista La Nardo ; también cultivan un costumbrismo de tintes sombríos algunos autores de la Generación del 98: Miguel de Unamuno, De mi país (1903), Pío Baroja, Vitrina pintoresca y Azorín con Los pueblos y Alma española. Mediado el siglo XX Camilo José Cela escribe sus apuntes carpetovetónicos, cercanos al esperpento; Francisco Umbral con su costumbrismo antiburgués y las letras de las canciones de Joaquín Sabina, también estarían impregnadas de un costumbrismo posmoderno.

Estructura narrativa de El día de fiesta…:

Juan de Zabaleta publicó El día de fiesta por la mañana (DFM) en 1654 y seis años más tarde El día de fiesta por la tarde (DFT). En el prólogo del DFT dice: “El agrado con que se recibió la “Mañana” del día de fiesta, me solicitó para escribir la Tarde, Y no estoy fuera de escribir la Noche”1. Como vemos promete escribir también El día de fiesta por la noche, pero no lo cumple.

No son excesivos los datos biográficos de Don Juan de Zabaleta, debió nacer en Madrid o Sevilla hacia 1610 y murió en Madrid según consta en la partida de defunción, conservada en la parroquia de San Sebastián de Madrid: “Juan Santos de Zabaleta, soltero, calle Santa Isabel cassas frontero de Tomé date (..) murió en diez y siete de noviembre de mil seiscientos sesenta y siete”2 .

Sus contemporáneos manifiestan que era llamativamente feo. Su amigo, Jerónimo de Cáncer y Velasco escribía en su célebre vejamen (sátira de tono festivo en la que se ponen de relieve los defectos de alguien) con este tenor:

Vimos junto a nosotros un hombre tan feo, que nos atemorizó; y mi camarada (…) dijo: -¿Válgame Dios, y qué cara tan endemoniada? ¿Quién es ese hombre tan feroz?

-Este es don Juan de Zabaleta (…) Es excelente poeta, y de los mayores; ha escrito muy buenas comedias; aunque le sucedió un desmán con la “Aun vive la honra en los muertos”, que fue tan mala; pero esta redondilla dirá el suceso de aquel día:

Al suceder la tragedia/ del silbo, si se repara,/ ver su comedia era cara,/ ver su cara una comedia” (p. 10)

Parece ser, según los críticos, que su fealdad fue una de las causas de su misoginia y de su crítica de los placeres. Mª Antonia Sanz Cuadrado dice: “Nada sabemos de la vida íntima y familiar de don Juan de Zabaleta; ignoramos si despertó amores o los gustó, dejándose prender de la femenina dulzura”3. Pues bien, según los nuevos datos sobre la biografía de Zabaleta aportados por Ana Elajabeitia, 1984, nuestro autor era hidalgo, aunque hijo natural, pero a su vez tuvo varios hijos con una mujer casada, abandonada del marido, que por circunstancias de su matrimonio aparece en ocasiones con nombre supuesto. Por lo tanto Zabaleta sí se dejó prender de la dulzura femenina.

Su situación económica nunca fue desahogada. Para recuperar dos pequeños mayorazgos tuvo que pleitear con unos parientes que le disputaban la herencia. Fue ayudado en el pleito por su amigo don Francisco Navarro, abogado en los Reales Consejos y de los presos pobres de la Inquisición, a quien le dedica El día de fiesta por la tarde, dice así: “Yo era inmediato sucesor de dos mayorazgos no grandes (…) Murió el poseedor último, y apenas me dieron lugar de creer que tenía hacienda: tan presto fue el ponerme a toda ella en pleito (…) Tan cabal estaba mi miseria que no alcanzaba mi caudal a la costa del pliego sellado con que se empieza una demanda” (pp. 297-298). El Supremo Real Consejo de Castilla le reconoció sus derechos después de tres pleitos. Más adelante Zabaleta agradece a su bienhechor, don Francisco Navarro, la condonación de las costas del proceso: “Vea v. merced ahora qué tiene que ver la dedicación de un libro pequeño con la activa, desinteresada y piadosa de un pleito grande. Ni es una renunciación ni principio de ella. A lo más que se alarga es a ser confesión pública de deuda” (p. 299).

Estos dos mayorazgos, que ganó con los tres pleitos citados, los obtuvo de su padre, Santos de Zabaleta y Veidecar, por disposición testamentaria. Su padre se había casado y había tenido dos hijas legítimas y él era el cuarto aspirante entre los hijos naturales y adquirió los mayorazgos por la muerte de las herederas, fallecidas sin sucesión.

En octubre de 1659 ganaba los pleitos de la herencia y él mismo lo celebra así: “Entramos tres veces en batalla, pidiendo justicia a aquel juez grande (…) al Supremo Real Consejo de Castilla, todas tres vencimos. Gracias a Dios, gracias a Dios” ( p. 299).

Desde ese momento la situación económica del escritor, ya más saneada, le permitiría dedicarse con fruición al estudio, a la escritura y a las actividades literarias y, por supuesto, legar los mayorazgos a sus herederos.

En el año 1664, el propio Juan de Zabaleta nos descubre su ceguera y lo escribe en el prólogo del original de El Emperador Cónmodo, dice: “En el año 664, el día 9 del mes de diciembre (tiemblo al decirlo), abrieron por la mañana para que me viese vestir, y sólo vi que no vía (…) Conocí en mi desdicha la mano de Dios (…) Entreguéme a la medicina. Ella hizo lo que pudo, pero pudo más la enfermedad que ella” (pp. 27-28). Zabaleta se quedó ciego de gota serena.

Se preguntaba Azorín en 1921: “Privado de la visión del mundo externo, entregado por su ceguera a la contemplación prístina del mundo espiritual; ¿qué pensaría Zabaleta de la tragedia humana? ¿Se acentuaría con profundo pesimismo, su propensión revolucionaria”4. Pero bueno, Zabaleta queda ciego cuando ya había terminado de escribir sus obras y muere tres años más tarde en 1667, como ya se ha dicho.

Algunos editores (Hartzenbush, A. R. Chaves, Joseph Yxart y Luis Santullano) han realizado una edición abreviada del DFM y T, descargándola de las digresiones morales y resaltar sólo el elemento costumbrista, pero eso es mutilar y desvirtuar la obra, que se puede hacer por razones editoriales (comerciales), pero nunca por razones de índole literaria. Más propio me parece señalar tipográficamente los pasajes costumbristas de los didáctico- morales, como hace José Mª Díez Borque en El día de fiesta por la tarde, Cursa, 1977.

Estructura de El día de fiesta por la mañana:

El día de fiesta por la mañana consta de 20 capítulos con una breve introducción titulada “El día de fiesta”, en la que habla del descanso y del modo de santificar los domingos y los días de fiesta y se pregunta al final: “Pero, ¿cómo usan los hombres de esos días?” (p. 98). La obra tiene dos dedicatorias, una al doctor Fernando Infante, médico de la reina y la otra a don Pedro Tinoco y Correa, de la casa del rey de Portugal. Después ya viene el prólogo al lector, que tiene como función captar la benevolencia de los lectores: “Lector mío, si no soy totalmente indigno de tu aprobación, no me malquistes con el mundo. El negocio de entrambos haces. Vale” (p. 96). Como vemos Zabaleta empieza a moralizar desde el prólogo.

Y ya comienza el texto con “El galán”. Zabaleta emplea la técnica del relato ensartado o yuxtapuesto, muy frecuente en la picaresca. “Zabaleta (Díez Borque, 1977) renuncia en su El día de fiesta a cualquier recurso estructural que enlace sus cuadros sueltos, sean sobre los tipos madrileños- en la mañana del día de fiesta- o sobre las distintas diversiones en la tarde del día de fiesta. La unidad la consigue Zabaleta mediante el título”5.

No obstante sí existe un hilo conductor que es la asistencia a la misa y la reiteración de un modelo estructural fijo en cada capítulo, la intencionalidad moral y también actúa como elemento de unidad el espacio donde se mueven los tipos: Madrid, el protagonista, al fin, del día de fiesta.

El modelo estructural que se repite en cada capítulo consta de tres partes (Villar Dégano, 1986, 96):
Una introducción de naturaleza reflexiva que se plasma en una frase o frases que van a dar pie a la narración.
Un desarrollo narrativo, con digresiones, que toma como pretexto la actuación de los tipos para criticarles.
Un colofón final, en forma de moraleja, que trata de enlazar con el comienzo y pretende demostrar la veracidad de lo expuesto.

Así pues, Zabaleta comienza cada capítulo con una aserción de carácter reflexivo y moralizante, que luego va a ilustrar con el desarrollo narrativo de los tipos y personajes genéricos del DFM. La función de esta introducción de naturaleza reflexiva es la de recordarnos que estamos ante una obra didáctico-moral, cuya pretensión es que esos tipos santifiquen el día de fiesta, pues su conducta no es ejemplar.

El elemento novelesco, los tipos y sus actuaciones, son el ejemplo de lo que no se debe hacer; por lo tanto el DFM no es un libro totalmente costumbrista, pues esos tipos no reflejan siempre personajes, sino que sobre todo encarnan entes abstractos portadores de vicios como el avariento, el hipócrita, el vengativo o el adúltero. El costumbrismo aquí es instrumental, sirve de señuelo para lo que se pretende criticar.

Los personajes, además de no cumplir con el día de fiesta, son portadores de un vicio humano como la vanidad (el galán y la dama), la lujuria (el enamorado y el adúltero), la pereza (el dormilón) y la avaricia (el tahúr y el avariento).

Todos los personajes como el glotón, el cazador, el galán, la dama realizan el mismo recorrido que comienza en la cama, levantándose y termina en la iglesia, tratando de santificar el día de fiesta, pero solo en apariencia.

También los personajes del DFM son urbanos y pertenecientes a la clase media, parece que Zabaleta practicase la corrección política, pues no son objeto de su crítica la aristocracia ni el clero, aunque cabe pensar que éstos tampoco serían perfectos. Se trata de una selección arbitraria en la cual tampoco aparecen los médicos, los sastres ni los magistrados. Tampoco critica a los pobres y a los campesinos, para Zabaleta más cumplidores y más sinceros.

En cuanto al discurso narrativo, la acción y la descripción de los tipos, lo propiamente costumbrista, se manifiesta con un lenguaje llano, claro y preciso, Torres de Villarroel dice que el estilo de Zabaleta es “breve, casto, conciso y elegante”. Este discurso narrativo se interrumpe con digresiones de carácter moral y es aquí donde Zabaleta demuestra su ingenio y su erudición, utilizando fuentes de la Historia, de la Biblia y de la Ciencias Naturales. Aunque como costumbrista compone sus cuadros con pinceladas ágiles y minuciosas. Su habilidad en el manejo de los personajes, su visión de los defectos morales, sus descripciones, sus rasgos satíricos y de humor le acreditan como un magnífico observador e intérprete del alma humana

Si tenemos en cuenta el estilo de Zabaleta podría ser, en cierta medida, el antecedente de Azorín. Analicemos este párrafo de “El galán” (DFM): “Despierta el galán el día de fiesta a las nueve del día, atado el cabello atrás con una colonia. Pide ropa limpia, y dánsela limpia y perfumada. La limpieza es precisa, los perfumes son escusados. Sin limpieza es un hombre aborrecible, con perfumes es notado. Limpio da a entender que cuida de sí, perfumado da a entender que idolatra en sí mismo” (p. 99).

Y comparemos con este otro párrafo de Españoles en París de Azorín (Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1942, p. 116): “Fulgencio Graces, escritor español, refugiado en París, escribe cuentos. Escribe otras muchas cosas. El cuento es lo que más le seduce (…) El cuento representa en la prosa lo que el soneto en la poesía. El que no sepa escribir un cuento no domina su arte”. Frase corta y claridad expositiva predominan en los dos textos.

Y el tercer elemento es el colofón o moraleja final que suele volver al comienzo; y que va precedida de remedios contra la situación descrita en el desarrollo.

Así pues, planteamiento inicial, narración ejemplar y moraleja es el esquema básico que se repite en el DFM.

Estructura del El día de fiesta por la tarde:

Además de la dedicatoria a D. Francisco Navarro, que le asistió para ganar los pleitos, de lo cual ya hemos hablado, tenemos también el prólogo con el que justifica la escritura de el DFT, que forma la segunda parte del día de fiesta, y se debe al éxito de el DFM y el objeto es el mismo: “Mi ánimo ha sido en esta escritura quitar los errores de que los hombres manchan el ocio santo de los días santos” ; y añade: con los retratos de los vicios procuro desenamorar al mundo de ellos, y en los retratos pongo algunas cosas que quizá moverán a risa” (p. 303). Después del prólogo añade un breve texto introductorio, en el que recuerda el carácter de día sagrado del domingo y no sólo por la mañana: “porque fue el día en que resucitó” (305).

En el DFT la narración sufre un cambio fundamental, ya que describe las diversiones, lugares de reunión, usos y costumbres populares, que distraen del cumplimiento de los deberes religiosos. Estos cuadros o escenas son: el juego de pelota, el teatro, el estrado etc, hasta doce, donde los personajes se mueven con mayor desenfado y soltura. El costumbrismo de estos personajes y sus situaciones sigue siendo instrumental como en el DFM, pero cada vez tiene más importancia e incluso en algunos cuadros supera al discurso moralizante. La razón del aumento del elemento costumbrista está en el carácter profano de las ocupaciones de la tarde.

El esquema de las narraciones es el mismo que en la primera parte:
Una introducción con alguna información histórica o social sobre el lugar u ocupación de la tarde del día de fiesta.
Una narración con digresiones morales, personajes y situaciones
Un colofón con consejos que se condensa en un aforismo.

En esta segunda parte la amenidad literaria de las situaciones se ve favorecida por la abundancia de elementos descriptivos y por los cambios espaciales y temporales. La descripción de personajes y ambientes resulta más rica, por lo que el cuadro es más ameno que el tipo moral de la primera parte, y por supuesto la lectura resulta mucho más placentera.

El DFT está formado por doce relatos: “La comedia, El paseo común, Santiago el Verde, El Trapillo… y La merienda”, este último formado por una breve introducción y 33 capitulillos a modo de aforismos y termina con “Laus deo: Todo cuanto aquí va escrito, lo sujeto a la enmienda de la Santa Madre Iglesia” (p. 475).

La parte narrativa del DFT es más extensa que en el DFM, aunque se sigue alternando con las digresiones moralizantes.

El final de la narración se completa con la moraleja, máxima o un simple consejo moralizante, veamos como termina el capítulo IX, “La pelota”: “De los gustos y utilidades de discípulo y maestro está gozando el que conversa con hombres entendidos y virtuosos. Mejor se emplean en esto las horas santas de la tarde del día de fiesta que en andar alocadamente tras de una pelota” (p. 437).

El último capítulo, “La merienda”, diferente de los otros once y en el que no se mezcla lo moralista con lo costumbrista, sino que es una lectura adecuada para el día de fiesta por la tarde, una meditación desengañada sobre el hombre y su existencia. Sin duda un epílogo coherente con la intencionalidad moral de los prólogos y con los discursos didácticos del texto.

Implicaciones del costumbrismo:

En El día de fiesta se describen una serie de figuras típicas y sus actuaciones, tanto por la mañana como por la tarde del día festivo, lo que nos permite conocer las costumbres domésticas y públicas de la sociedad madrileña del siglo XVII. Zabaleta pasa revista a una serie de tipos existentes en la sociedad, casi todos masculinos, hasta veinte. Estos tipos son presentados al lector en su vida cotidiana, en lo que acostumbran a hacer el día de fiesta. Y esto nos da pie para analizar el costumbrismo como género literario.

En efecto Evaristo Correa Calderón considera el costumbrismo un género menor dentro del realismo hispano, que se desarrolla en distintos géneros literarios: novelas, teatro, sainetes y entremeses, pero en un sentido restringido: “Se refiere a un tipo de literatura menor, de breve extensión, prescinde del desarrollo de la acción (…) limitándose a apuntar un pequeño cuadro colorista, en el que se refleja con donaire y soltura el modo de vida de una época, una costumbre popular o un tipo genérico
representativo”6.

Si tenemos en cuenta la cita anterior el costumbrismo comenzaría en el siglo XIX con los artículos y cuadros de costumbres, pero hay antecedentes en las misceláneas y diálogos erasmistas del siglo XVI y, además, podemos afirmar que el costumbrismo, como género definido, comienza en el siglo XVII con las obras de Liñán y Verdugo, Remiro de Navarra y don Juan de Zabaleta.

En el cuadro de costumbres la estructura narrativa casi desaparece y cada cuadro tiene, pues, autonomía narrativa. Evaristo Correa Calderón lo ha visto así: “El gran espejo de la novela se ha quebrado y cada uno de los añicos refleja un brevísimo cuadro popular (…), un apunte apenas. La unidad narrativa se ha roto definitivamente (…) y cada uno de esos fragmentos (…) cobra su propia categoría”7.

En el cuadro de costumbres el centro de interés no es el individuo y su aventura vital, sino las costumbres generales; y el arte estará en saber generalizar a partir de lo particular, en el tono de la sátira y la moralización, partiendo de unos hábitos colectivos.

El costumbrismo, al abandonar la unidad narrativa, adoptará otros procedimientos para organizar de forma coherente los ´fragmentos` o cuadros de costumbres. Zabaleta renuncia en El día de fiesta a cualquier recurso estructural que enlace los cuadros sueltos, sencillamente los yuxtapone y repite el mismo esquema en cada capítulo. La unidad la consigue mediante el título- mañana y tarde- y nos va presentando cómo pasan el día de fiesta los habitantes de Madrid, que descuidan el precepto de oír misa y otras devociones religiosas, los domingos y las fiestas de guardar (días de precepto).

Y toda esta presentación literaria la realiza Zabaleta con un propósito didáctico-moralizador, que limita y lastra el costumbrismo, objeto de nuestro estudio. En efecto la digresión moral es constante en el día de fiesta, por lo que cabe preguntarse: ¿Hasta qué punto Zabaleta era consciente del valor del costumbrismo?; pues está claro que su función era moralizar y corregir. Cristóbal Cuevas García dice: “Zabaleta utiliza masivamente el costumbrismo, pero no puede considerársele en sentido exclusivo un escritor costumbrista. Es más bien un moralista que utiliza la pintura de los hechos de conducta de sus contemporáneos para negarles su valor (…) en este sentido su costumbrismo sería (…)- casi “malgré lui” ( p. 51).

Don Juan concibe como única ocupación para el día de fiesta la práctica religiosa, aunque ello no le impida pintar con desenfado y hasta con crudeza los vicios y las costumbres de los madrileños del siglo XVII.

Los valores que defiende Zabaleta están en consonancia con los imperantes en su época, no es un innovador, pero, a veces, expone juicios originales y valientes, que dan valor a sus digresiones moralizantes, no es un mero seguidor de los tópicos morales y filosóficos del momento. Zabaleta tiene ideas propias sobre el honor, la nobleza, la pobreza y el valor de la vida.

En sus páginas encontramos la condena de la venganza, exalta el valor de la virtud y de la obras sobre el apellido (el linaje); condena a la nobleza rica y ociosa frente al pobre. Pero también pinta con crudeza al pueblo llano, cuando asiste a las romerías de “El Trapillo”, “Santiago el Verde” o a la comedia. Todo está visto desde una perspectiva negativa y pecaminosa, tanto la comedia, el paseo, la casa de juego o las romerías, y, claro, esta moralización continua es la grave limitación del costumbrismo de Zabaleta.

El protagonista de El día de fiesta es Madrid, sus gentes y sus diversiones y el sistema de valores del siglo XVII, visto desde la perspectiva de un moralista riguroso. Valores de una sociedad en decadencia, en la que el rey estaba en el vértice de la pirámide social, su poder emanaba de Dios y el pueblo no cuestionaba para nada el poder real, a pesar de las privaciones que padecía.

Un valor primordial es el religioso, pues garantizaba la salvación del alma, pero no progresaron las ideas reformadoras (iluministas y místicos), sino que se aceptaba de forma sumisa la autoridad de la iglesia con las prácticas de la misa, la procesión, las romerías, el santo y los milagros. Zabaleta criticará estas prácticas religiosas externas y, a menudo profanas, en las romerías de “El Trapillo y Santiago el Verde”.

Un aspecto importante del DFT es la variada forma de divertirse de un cortesano en día festivo, motivo que aprovecha Zabaleta para censurar esa actitud, porque le aparta del sentido religioso del día de fiesta. Dentro de esas diversiones están las fiestas públicas, las mascaradas, las procesiones profanas y religiosas, romerías, juegos de cañas, corridas de toros y la comedia como gran vehículo de propaganda, de conformismo y consolación. Al tratarse de una época de decadencia se multiplican los espectáculos para disfrazar la realidad social, actitud escapista, al fin.

Zabaleta censura esta ansia desmedida de diversión, porque aparta a los ciudadanos de la devoción propia del día de fiesta.

El pueblo asiste a los espectáculos protagonizados por los nobles, pero también tenían sus propias y ruidosas diversiones, que solían apoyarse en la celebración de fiestas religiosas, aunque en la práctica se convertían en francachelas campestres tendentes al vicio.

Siguiendo con las diversiones, la lectura no era en el siglo XVII una forma habitual de pasatiempo. Por una parte estaba el analfabetismo y por otra el elevado precio de los libros. La tendencia era a la comunicación oral y al espectáculo teatral. La novela cortesana estaba dedicada a las damas de la nobleza (ya leían más las mujeres que los hombres) y lo mismo los otros géneros literarios. Si acaso el pueblo, que sabía leer, accedía a los pliegos de cordel.

Las otras diversiones que trata Zabaleta, como el juego de cartas, conversación en el estrado, juego de damas y de pelota no tenían carácter colectivo, ni popular. La diversión que sí tenía mucha importancia, como práctica diaria, era el paseo por el Prado con sus galanteos y su picaresca erótica, con ostentación de vestidos, coches y galas personales. Aspectos estos que priman el costumbrismo.

Conclusión

La ideología que intenta transmitir Juan de Zabaleta en El día de fiesta hunde sus raíces en el catolicismo postridentino y en la contrarreforma de España, donde la monarquía, la jerarquía social y la religión son intocables. La visión del mundo, que presenta nuestro autor, podría definirse como un humanismo cristiano con una concepción, todavía, teocéntrica. Por todo lo cual la existencia terrrenal hay que vivirla preparándose para la vida eterna, para el encuentro con Dios.

Un tremendo desengaño recorre los textos de Zabaleta y los de los otros escritores áureos. El hombre es presentado como un ser orgulloso y engreído con pretensiones de grandeza. Los placeres, que proporciona el mundo y la carne, son pura apariencia. La belleza corporal una mentira, que la vejez y la enfermedad marchitan. Y a pesar de todo ello los hombres se empecinan en dedicar más atenciones a su cuerpo, que a su alma.

Hay que desconfiar del ser humano, mientras no se conozcan bien sus intenciones y esta desconfianza se fija, sobre todo, en las mujeres. El pensamiento de Zabaleta es radicalmente antifeminista. Pinta a la mujer como un ser imprudente, mentiroso, menos inteligente que el varón, banal, frívola y provocativa. Su gran defecto es la avaricia y explota al hombre siempre que puede.

No cabe duda que a Zabaleta le mueve el empeño moralizador y didáctico: avisar, aconsejar y enseñar a su restringido público lector el camino del bien y evitar caer en la tentación, que ponga en peligro la salvación de su alma.

En este sentido la tesis mantenida por Zabaleta en El día de fiesta es muy clara: los domingos y fiestas de guardar son el día del Señor. Por lo tanto el hombre debe aprovechar el día de fiesta para su beneficio espiritual; pues en la práctica los hombres del siglo XVII tenían bastantes abandonadas sus creencias y sus deberes religiosos.

La intención es el deleitar aprovechando con su arte literario (“Aut prodesse volunt, aut delectare poëtae,/ Aut simul et iucunda et idonea dicere vitae”. v. 333-334 de Ars Poetica de Quinto Horacio Flaco), para ello debe introducir ingredientes que deleiten y hagan más soportable el discurso moral; y precisamente ese ingrediente es el costumbrismo.

El cuadro de costumbres, el ingrediente deleitoso, se supedita, como ya hemos apuntado, a los fines didácticos y doctrinales de la religión católica. Zabaleta es un costumbrista que utiliza la pintura de determinadas formas de conducta de sus contemporáneos para corregirlas. Y una de la técnicas que utiliza en estos cuadros es el recurso al ridículo, veamos un fragmento de “El cazador” (DFM): “Engólfase en los matorrales, busca el perro y vele comiéndose el conejo con mucho brío. Dale voces para que lo suelte, obedécele el animal (…), llega ijadeando a coger la presa y alza del suelo un pellejo con unos pedazos del conejo pegados. Parte a castigar al perro malhechor, no puede alcanzarle y cae en aquel suelo molido” (p. 245-246). Zabaleta presenta la figura de un cazador y le critica, porque dedica más atención a la caza que a sus obligaciones religiosas. A la vez el cazador aparece hábilmente ridiculizado, con lo cual una descripción de índole costumbrista sirve para censurar la actitud del personaje que descuida su alma y se entrega a una actividad, que sólo le proporciona molestias, cansancio y enfado (“cae en aquel suelo molido”).

En los textos costumbristas se produce la desintegración de la novela barroca. Y esto es así, porque las continuas reflexiones morales y las digresiones filosóficas interrumpen el hilo narrativo o lo hacen desaparecer.

Por lo tanto el narrador costumbrista áureo, en nuestro caso Zabaleta, concibe sus obras con el propósito de aleccionar a sus lectores sobre los modos de evitar los vicios y los malos hábitos enraizados en la sociedad de su tiempo. El autor guiado por este fin, hace uso de un material narrativo como las descripciones de tipos y cuadros de costumbres, que en sus manos, es un simple instrumento para lograr su intención didáctica. No le interesa el planteamiento estructural del relato: presentación, nudo y desenlace, ya que lo que pretende es aconsejar, avisar y adoctrinar, y claro, el relato se resiente.

Pero, ¿cómo se consigue la aniquilación de la novela? Pues con una interrupción sistemática de la línea argumental con el fin de exponer advertencias, anotaciones, digresiones eruditas y, sobre todo pensamientos morales y doctrinales.

Veamos un ejemplo de DFM de “El adúltero”, y esto es lo cuenta Zabaleta: la criada de la mujer adúltera lleva un mensaje al galán a quien ama. El galán lee el billete, le da un doblón a la criada y contesta a su amada. Se viste y va a la iglesia, pues es día de fiesta. Entra la adúltera en la iglesia. El galán llega solo. La mujer le hace la seña para que se vean en el lugar convenido. El autor presenta la relación adúltera entre el galán y la dama; y lo que prometía ser un relato jugoso, incluso tórrido, se trueca, en seguida, en una ristra de amonestaciones, consejos y censuras.

Así comienza “El adúltero”: “Con achaque de ir a misa, sale la criada de la mujer casada ruin el día de fiesta (…). Llega de orden de su señora, a casa del galán en quien ella tiene puesto el gusto (…)”. Y en el párrafo siguiente ya empiezan las amonestaciones: “Los criados que entran a servir a amos viciosos, o han de ser malos criados, o malos cristianos; pero habiendo de desagradar a alguno, mejor es desagradar al dueño injusto que al dios justiciero” (p.129) .

Como se ha visto el contenido doctrinal pesa mucho en la concepción de la obra costumbrista áurea, de tal modo que se van desdibujando los componentes de la ficción novelesca en favor de la preocupación didáctica y moralizadora. Los ingredientes básicos de cualquier relato, argumento y personajes, ceden su lugar a un conjunto de tipos y escenas que el escritor costumbrista aprovecha para comentar los aspectos morales del relato, que es lo que verdaderamente importa.

Y para concluir, a pesar de lo dicho, puedo afirmar que el costumbrismo de Zabaleta pinta al ciudadano en día de fiesta, libre de sus ocupaciones y entregado a sus diversiones favoritas, mostrándose tal como es, pues Zabaleta, sin pensarlo, “malgré lui”, nos presenta a la sociedad madrileña de su época de una manera mucho más fiel que los novelistas y los autores dramáticos, porque tanto la novela como la comedia tratan de entes de ficción y Zabaleta no inventa, sino que retrata tipos y situaciones.

BIBLIOGRAFÍA:

Azorín, <ABC, 1 junio de 1921, Madrid

: Españoles en París, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1942, Colección Austral

Cejador y Frauca Julio, Historia de la lengua y literatura castellanas, Madrid, 1916

Correa Calderón Evaristo, Costumbristas españoles, Estudio preliminar, Aguilar, Madrid, 1964.

Cuevas García Cristóbal, >>Juan de Zabaleta y la funcionalidad moral del costumbrismo<<, en Homenaje a don Agustín Millares Carlo, II, Madrid, CECA, 1975 (497-523), Las Palmas, 1975.

Elejabeitia Ana, >>la nueva biografía del escritor Juan de Zabaleta<<, en Letras de Deusto nº 28, Enero-abril, 1984.

Florit Durán Francisco, >>Análisis y función literaria de la literatura costumbrista<< en pag. Web de Google.

Villar Dégano Juan F., >>La estructura narrativa de El día de fiesta por la mañana y por la tarde<<, en Letras de Deusto, vol. 16, nº 34, 1986, pp. 89-110

Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, Casa Editorial Hernando, Madrid, 1927 (Abreviado y anotado por A. R. Chaves).

-: El día de fiesta por la mañana y por la tarde en Madrid, Editorial Séneca, México D. F., 1940, (Selección y prólogo de Luis Santullano.

-: El día de fiesta (por la mañana), Clásicos Castilla, Madrid, 1948 , (Prólogo, edición y notas de María Antonia Sanz Cuadrado).

-: El día de fiesta por la tarde, Cursa Editorial, Madrid, 1977, (Edición, introducción y notas de José Mª Díez Borque).

-: El día de fiesta por la mañana y por la tarde, Editorial Castalia, Madrid, 1983,

(Edición, introducción y notas de Cristóbal Cuevas García)

-: El día de fiesta por la tarde. El Parnasillo, Ediciones Simancas, Dueñas (Palencia), 2006



Madrid, 28 de octubre de 2011.







1 Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, Editorial Castalia, Madrid, 1983 (Edición de Cristóbal Cuevas García), p. 303. Todas las citas del DFM y T serán de esta edición, señalando la página.

2 Elejabeitia Ana, >>La nueva biografía del escritor Juan de Zabaleta<< en LETRAS DE DEUSTO nº 28, Enero-Abril de 1984, p. 73

3 Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la mañana, Ediciones Castilla, junio de 1948, Madrid. (prólogo, edición y notas de Mª Antonia Sanz Cuadrado), Prólogo, pp. 10-11.

4 Azorín, “Un pensador original en el siglo XVII”, en ABC, miércoles 1 de junio de 1921, Madrid

5 Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la tarde, Cursa Editorial, Madrid, 1977, p. XXIII de la introducción (Edición y notas de José Mª Díez Borque).

6 Correa Calderón E., Costumbristas españoles I, Aguilar, Madrid, 1964, “Estudio preliminar”, p. XI

7 Ob. Cit. Estudio preliminar, p. XIV.

LOS MISTERIOS ELEUSINOS

Frecuentemente nos encontramos con esta expresión, los misterios eleusinos, en la lectura de los clásicos y las notas de pie de página nos aclaran parcialmente el significado de estos misterios citados. Para ello tendremos que desentrañar el mito de la diosa Deméter y el de su hija Perséfone. Según Hesiodo (Teog. 453-458), Deméter es hija de Crono y Rea, por tanto pertenece a la segunda generación de los dioses que derrocaron a su padre Crono y entronizaron a Zeus como dios supremo de mortales e inmortales.
 La diosa Deméter mantuvo relaciones con su hermano Zeus, cuyo fruto fue Perséfone (Hesiodo, Teog. 912-914). También tuvo relaciones con Posidón, que se unió a ella con apariencia de caballo y tuvo a Arión. Se unió Deméter con Jasón y tuvo a Pluto (riqueza).
 Pero a nosotros lo que nos interesa es el mito central protagonizado por Deméter, que es el rapto de Perséfone por Hades (Himno a Deméter v. 19-350). Hades, hermano de Deméter, raptó a Perséfone para casarse con ella. Entonces Deméter durante nueve días se esforzó en vano por encontrarla y cuando Deméter es informada por Helios, que Hades ha raptado a su hija, abandonó el Olimpo y se trasladó junto a los hombres y adoptando una figura de anciana se refugió en las ciudades de los mortales, por las que anduvo errante durante algún tiempo.
En uno de los viajes llegó a Eleusis y allí fue encontrada por las hijas del rey Keleos y la interrogaron sobre quién era y dijo que había sido robada por unos piratas y que buscaba asilo y trabajo como nodriza o sirvienta. En este tiempo Metaneira acababa de dar a luz a Demofón y la puso a su servicio como nodriza. Deméter encargada de la crianza de Demofón lo ungía con ambrosía y por las noches lo pasaba por el fuego con el fin de hacerlo inmortal; pero Metaneira descubrió a la diosa colocando al niño en las brasas y dio un grito de espanto.
 La diosa, entonces, se dio a conocer y ordenó que en Eleusis se le consagrara un templo en su honor, en donde los iniciados en sus misterios cantaran su gloria y abandonó el palacio. Aquí tenemos, pues, la etiología o justificación mítica de los Misterios de Eleusis.
 Pero Deméter, por no haber hallado consuelo a causa de la desaparición de su hija, cesó en sus funciones como diosa de la agricultura, de la fertilidad y la tierra se agostó y no creció en ella simiente alguna. Entonces Zeus intervino a favor de los humanos y envió a Iris para que intercediera ante Deméter sin obtener resultado alguno. Después todos los dioses le ruegan que deponga su actitud y ella respondió que no permitiría que la tierra diera más frutos hasta que no recuperara a su querida hija Perséfone.
Zeus, entonces, envía a Hermes a los infiernos a rescatar a Perséfone y Hades se doblegó a la voluntad de Zeus; pero antes de devolver a su mujer a la tierra le hizo comer algunos granos de la granada, fruto que provocaba la unión indisoluble de los esposos. Cuando Perséfone se reunió con su madre, ésta le preguntó. “si no había probado algo en los infiernos” (romper el ayuno) y Perséfone le contestó que había probado el fruto fatal de la granada.
Para solucionar las cosas se llegó a un pacto: Perséfone pasaría cuatro meses en el infierno y el resto con su madre en el Olimpo. Aceptado el pacto la tierra volvió a dar sus frutos y a cubrirse de plantas y flores. Este pacto mítico fue interpretado en clave alegórica ya desde la Antigüedad, de tal forma que el tiempo que Perséfone pasa junto a Hades equivale al invierno, tiempo de muerte de la naturaleza, mientras que su regreso al mundo de los vivos, coincide con la llegada de la primavera, como se indica en el Himno a Deméter 401-403.
Los Misterios Eleusinos, a pesar de la importancia que tuvieron las Tesmofóricas en Grecia en honor a Deméter, el ritual más destacado de Deméter fueron los Misterios, que se celebraron durante más de diez siglos en Eleusis, ciudad próxima a Atenas. El Himno a Deméter en su parte central incluye un relato sobre la institución de estos misterios.
Los cultos mistéricos de los griegos daban respuesta a las incógnitas sobre el Más Allá para las que la religión no ofrecía soluciones. El Misterio prometía una existencia más favorable en la vida de ultratumba. Estos ritos mistéricos poseían carácter secreto; aunque no se trataba de reuniones clandestinas. El aspecto secreto de los Misterios consistía en que las verdades reveladas no se podían divulgar. No obstante estos cultos mistéricos estaban abiertos a todos: ciudadanos, mujeres, esclavos y extranjeros.
 La fuente más antigua sobre estas celebraciones es el Himno a Deméter, que nos deja en la duda sobre bastantes cuestiones; ya que el pacto de silencio de los iniciados fue respetado de manera constante y ello dificulta saber lo que ocurría realmente en el santuario de Eleusis. Gracias a la arqueología, a las alusiones de algunos escritos y al testimonio de algunos autores cristianos, podemos hacernos una idea somera.
 El misterio, estos eran los personajes que intervenían en el ritual: el hierofante (el que muestra lo sagrado), el portador de la antorcha, el heraldo sagrado y una sacerdotisa de Deméter. El hierofante era el encargado de seleccionar en Atenas a los candidatos que podían participar en la iniciación. Los Misterios se desarrollaban en el mes de Boedromeón (finales de septiembre y principios de octubre). Comenzaban con la procesión que recorría los 30 km. de distancia entre Atenas y Eleusis. Antes se habían trasladado de Eleusis a Atenas los objetos sagrados que debían participar en la procesión. Al día siguiente los fieles, juzgados dignos de participar, eran convocados en Atenas por el hierofante y acto seguido se bañaban en el mar para purificarse. Por último tenía lugar la procesión de retorno a Eleusis con el fin de guardar, de nuevo, en el templo los objetos sagrados. A la cabeza del séquito iba una estatua de Dioniso, asociado desde tiempos remotos al culto a Deméter.
En Eleusis se celebraban los misterios propiamente dichos, en los que sólo participaban los iniciados y se le prohibía la divulgación de tales ceremonias, amenazándoles, incluso, con la muerte. La ceremonia de iniciación se realizaba por la noche junto al templo, se coronaban de mirto, se lavaban las manos y escuchaban atentos los preceptos de Deméter; después tomaban un refrigerio y penetraban en el santuario, donde reinaba la más completa oscuridad. Allí asistían a un drama litúrgico, cuyo argumento se basaba en el rapto de Perséfone por Hades.
 De pronto la tiniebla era vencida por una vivísima claridad y aparecía la estatua de Deméter ataviada con las mejores galas. Se simulaba la entrada de espantosos espectros y monstruosas figuras, hasta que se restablecía la calma y se abrían las dos enormes puertas de recinto y a la luz de las antorchas se contemplaba un hermoso jardín, que sería el escenario ideal para las danzas, las fiestas y el placer. Era entonces cuando en este campo, que simbolizaba los Campos Elíseos, tenía lugar la verdadera revelación de los secretos de los misterios de Eleusis, cuya divulgación era castigada con la pena capital.
 Estos misterios eran una forma de ascetismo en la que los fieles, recordando la esterilidad (muerte) provocada por la estancia de Perséfone en los infiernos, esperaban la resurrección o vida en el Más Allá, simbolizada por la germinación de los frutos o la vuelta de Perséfone con su madre.

BIBLIOGRAFÍA:
Himnos Homéricos.,Edición de José B. Torres, Editorial Cátedra (Letras Universales). Madrid, 2005.
Cardona Francesc L., Mitología Griega. (Colección Olimpo), Edicomunicación S. A.Barcelona, 1996 Ovidio,Las Metamorfosis I, Edición De A. Ruiz de Elvira, CSIC, Madrid, 1992 Madrid, 24 de febrero de 2011

jueves, 21 de junio de 2012

ESTRUCTURA Y SIGNIFICADO DE LA VOLUNTAD de Azorín




Génesis de la novela: La voluntad fue la primera y más significativa novela de José Martínez Ruiz, publicada en la primavera de 1902 por la editorial Henrich y Cía de Barcelona, dentro de la colección: “Biblioteca de Novelistas del siglo XX”, dirigida por Santiago Valentí Camp. El editor Manuel Henrich y Girona, determinó que las novelas de esta colección tuvieran un número no inferior a 300 páginas. José Martínez Ruiz cumplió con lo estipulado por el editor, ya que la edición príncipe de La voluntad tenía 302 páginas; ya hemos visto los problemas que tuvo Unamuno con Amor y pedagogía y Pío Baroja también tuvo problemas con El mayorazgo de Labraz.

Una peculiaridad de Azorín (Miguel Ángel Lozano Marco, 2011: xxxii-xxxiii) en la composición de sus novelas es el acarreo de diversos textos que habían sido publicados en la prensa periódica y que de una manera pertinente y oportuna se integren en la novela y por tanto adquieran carácter novelesco. Vamos a ir citando todos los artículos que aparecen en La voluntad, según el orden cronológico de su publicación; así tenemos que casi todo el texto del capítulo VI de la segunda parte, la visita al Anciano, se había publicado en la Revista Nueva (24.XII.1899) con el título: >>En casa de Pi y Margall<<. Las ideas pesimistas que expresa Yuste en el capítulo VIII de la primera parte, vienen a ser una versión adaptada del artículo >>Los juguetes<<, Madrid Cómico (5.V.1900). El discurso que Antonio Azorín lee ante la tumba de Larra en el cementerio de San Nicolás, en el capítulo IX de la segunda parte, es el que José Martínez Ruiz leyó en el homenaje al escritor el día 13 de febrero de 1901. También las meditaciones de Antonio Azorín en el capítulo IV de la segunda parte (el monólogo interior en el café Revuelta, en Toledo, que aparece entrecomillado) fueron publicadas en Mercurio (3.III.1901), con el título de >>La tristeza española<<. El episodio del toxpiro de Quijano (capítulo XIII de la primera parte) responde a un suceso real, del que se ocupa J. Martínez Ruiz en su artículo >>El inventor Daza<< en la Correspondencia de España (5.VIII.1901), de cual extrae un párrafo que aparece entrecomillado. En el capítulo VI de la primera parte, Yuste lee en un periódico un artículo titulado>>La protesta<< y en la realidad es >>El escándalo general<<, que J. Martínez Ruiz publicó en El Correo Español (7.II.1902). Se trata de un artículo con un fuerte contenido irónico, donde los tres amigos protagonistas, Pedro, Juan y Pablo, representan a Martínez Ruiz, Baroja y Maeztu, que entonces formaban el grupo de “Los tres” para criticar las injusticias de la política y de la sociedad. Esta asociación de “Los tres” se disolvería poco después.

Siguiendo con este acarreo de materiales en el Prólogo, a modo de ensayo histórico Martínez Ruiz toma una cita de un “Diario” inédito sobre las obras de la Iglesia Nueva, y dice: “marcha la obra con tanta lentitud, que da indignación ir por ella”. Más adelante viene otra cita, en la que el Ayuntamiento reclama fondos al Gobierno para concluir el templo; y según dice la nota nº 1 de la edición de Castalia, todos los datos de este prólogo de la construcción de la Iglesia Nueva provienen de un
estado de cuentas de la época (1859), conservado en la Casa-Museo de Azorín en Monóvar 1.

Por último también conviene señalar que los dos primeros capítulos de La voluntad fueron publicados en febrero de 1902 en la revista La España Moderna (nº 158), con los títulos: >>Impresiones españolas. Una ciudad<< e >>Impresiones españolas. Un clérigo<<. Pero en este caso se utilizan un par de capítulos, una vez escrita la novela, como anticipo, para despertar el interés del lector, a modo de estampas o bocetos.

Por otra parte La voluntad fue escrita, en parte, en un cuarto donde apenas podía revolverse, de casa vieja, situada en la calle Relatores de Madrid; fue además, “otro improperado, menospreciado, a su aparición, libro escrito concienzudamente, con muchedumbre de noticias auténticas, y que también con el tiempo-lo dicen los lectores- ha ido ganando”2, dice Azorín en su libro de memorias Madrid.

José Martínez Ruiz tomó apuntes durante meses en la biblioteca del Instituto de San Isidro de Madrid, el antiguo Colegio Imperial de los jesuitas para La voluntad: Apuntes sobre la vida monástica, que Martínez Ruiz plasma en los capítulos XXI y XXIII, de la primera parte, sobre la profesión de Justina y la vida de las monjas. Esto está documentado en su libro Madrid, capit. XLIII, esto dice: “Dediqué yo en la biblioteca de San Isidro atención preferente a la vida de las religiosas”3.


Argumento de La Voluntad: Tres partes, más un prólogo y un epílogo componen La Voluntad. En el prólogo se dan informaciones sobre la construcción de la Iglesia Nueva en Yecla y también de algunas actitudes de los yeclanos frente a sus antepasados los iberos.

En la primera parte vemos a Antonio Azorín escuchando las ideas y doctrinas de su maestro Yuste, con quien pasea por el campo. La vida de Yecla y el paisaje están en el ambiente. También se relaciona con sus conciudadanos, habla con un inventor de un torpedo eléctrico y con otro que inventa un aparato para lanzar 40 kilos de dinamita a 5 km.. Destaca entre sus amistades la del padre Lasalde, director del colegio de los Escolapios y arqueólogo. Sus conversaciones tratan sobre temas filosóficos y teológicos; pero también estéticos y literarios. Azorín mantiene un pensamiento anarquista, dice el maestro Yuste: “-Azorín, la propiedad es el mal… Y de la fuerza brota la propiedad y de la propiedad el Estado, el ejército, el matrimonio, la moral. Azorín replica:- Un medio de bienestar para todos supone, y esa igualdad..”(pp. 80-81).

Azorín siente cierto amor por Justina, mujer elegante e inteligente que lucha entre su amor por Azorín y el deseo de entregarse a Dios. Justina, aconsejada por el padre Puche, elige el convento. Surge Iluninada (nótese el simbolismo de su nombre) en su vida, mujer activa y voluntariosa, pero altanera, burda y trivial. Tras la muerte de Yuste y de Justina, Azorín se traslada a Madrid.

En la segunda parte Azorín se instala en la capital y desarrolla su actividad periodística, pero ya va marcado por el pesimismo: “Azorín (…), no cree en nada, ni estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables que ha tratado” (p.195). Se mueve por ambientes literarios y populares. Visita al padre Lasalde en Getafe, donde ha sido trasladado. Hace un viaje a Toledo con Enrique Olaiz (trasunto de Baroja). Visita a Pi y Margall, ídolo político de Azorín, y también visita la tumba de Larra. Es expulsado de un periódico por defender el amor libre y ninguneado por un compañero periodista, que no le cita como asistente a la presentación de una novela de Baroja. Abandona Madrid y vuelve cansado a su tierra.

En la tercera parte, de nuevo en el pueblo en una narración en primera persona recoge siete fragmentos de un yo reflexivo y decepcionado: “(…) soy un pobre hombre, soy el último de los pobres hombres de Yecla” (p.271). Azorín está casado con Iluminada y vive sin entusiasmo.

Y en el epílogo es el propio autor-personaje (J. Martínez Ruiz), quien cuenta en tres cartas a Baroja, cómo ha encontrado a Antonio Azorín: casado, vive con su suegra, tiene dos hijos y no dispone de libertad. Apenas lee los periódicos, ni escribe. Habla también de la envidia y rencores que hay en el pueblo (usureros, embargos, abandono de la agricultura). La novela no concluye, sino que se detiene, se dejan de añadir páginas.


La estructura de La Voluntad está formada por el prólogo, las tres partes y el epílogo. El prólogo forma parte de la novela, nos habla de la construcción de una catedral en Yecla y ésta será el símbolo que dominará toda la novela. Las tres partes de la novela están divididas en capítulos, sin títulos y con numeración romana y desigual extensión, aunque muchos de ellos se aproximan a un artículo de periódico. Algunos capítulos de la primera parte están divididos en secuencias separadas por asteriscos (colocados al tresbolillo); así tenemos el capítulo I, que está dividido en dos secuencias narrativas; el capítulo VI narra las idas y venidas de los “ingenuos regeneradores”: Pedro, Juan y Pablo; en el capit XVIII hablan el sacerdote, Orduño y Val, el inventor del torpedo y por último en el capit XXVIII se señalan las diferentes horas del día que preceden a la muerte de Justina.

También podemos destacar que los capítulos XVI y XXII tienen estructura de diálogos dramáticos entre Lasalde, Yuste y Azorín, con alguna acotación: “Sonriendo. Tras larga pausa. Con afabilidad” (p.170)

La novela se divide en tres partes bien diferenciadas entre sí, y un epílogo. La primera parte es mucho más extensa que las restantes. Tanto ésta como la segunda parte están narradas en 3ª persona y en la tercera parte cambia el punto de vista; ya que está narrada en 1ª persona, es el propio protagonista quien nos habla. El epílogo lo forman tres cartas que el autor-personaje, J. Martínez Ruiz dirige a su amigo Baroja-personaje y ambos amigos del protagonista.

La estructura es fragmentaria y discontinua. En cada parte encontramos una serie de cuadros sueltos, unidos por el protagonista, Antonio Azorín y el escenario. La primera parte se desarrolla en Yecla, donde Azorín pasa sus años juveniles adoctrinado por el maestro Yuste. Su actitud es meramente receptiva; se limita a escuchar con avidez las palabras del maestro. Apenas hay trama. La trama más consistente de la novela la constituyen los frustrados amores del protagonista y Justina, que bajo la dirección espiritual de su tío Puche, anciano sacerdote, entra en un convento. Muy bella es la escena en la que los dos hablan por última vez: “El diálogo entre Azorín y Justina (…) ha cesado. Y llega lo irreparable, la ruptura dulce, suave, pero absoluta, definitiva” (p. 138). En medio de estos amores frustrados destaca la figura de Iluminada (nótese el nombre), que media entre la pareja. Azorín admira en ella lo que a él le falta: la voluntad y resolución. Termina esta primera parte con la muerte de los dos únicos seres queridos por el protagonista: Yuste y Justina, su antigua novia.

La segunda parte se inicia con la marcha a Madrid. Antonio Azorín pasa a ocupar un lugar más destacado. La realidad se nos ofrece a través de los ojos del protagonista, que se expresa en largos monólogos en un estilo directo, que alternan con la voz del narrador. Destacan algunas estampas como el homenaje a Olaiz, joven nietzscheano y admirador del Greco, que es trasunto de Baroja; la visita de Azorín al admirado anciano Pi y Margall y el emocionado homenaje de los jóvenes escritores ante la tumba de Larra.

La tercera parte es mucho más deslavazada y tiene una entradilla (Tercera Parte), donde dice: “Esta parte del libro la constituyen fragmentos sueltos escritos a ratos por Azorín” (p.257), durante su viaje por el campo murciano, está escrita en 1ª persona a modo de diario. Los siete capítulos de esta tercera parte se desarrollan en tres enclaves espaciales, que son Blanca (cap. I y II), convento de Santa Ana en Jumilla (cap. III, IV y V) y las tierras yeclanas del Pulpillo (cap. VI y VII). La voz de Antonio Azorín nos llega de manera directa y reflexiona sobre su mermada voluntad, contempla la vida como absurda y examina el estado de los pueblos con tintes noventayochistas, sobre todo la ruina de los campos españoles por crisis vitivinícola y la usura. El encuentro con Iluminada y la misa a su lado marca ya la aceptación de un destino y de una voluntad muy debilitada: “Iluminada guarda en el bolsillo de mi americana su libro de oraciones, con la mayor naturalidad, sin decirme nada” (p.283). Yecla y la religión le vencieron.

Y el epílogo de La Voluntad se desarrolla de nuevo en Yecla, en un enclave temporal deducible (unos días de 1902) y con un nuevo molde narrativo (el epistolar) y un nuevo punto de vista el del autor-personaje J. Martínez Ruiz, alter ego del protagonista. Este epílogo está formado por tres cartas, que proporcionan nuevos datos al lector, que tienden a ir marcando el desenlace. En ellas se nos informa del matrimonio de Antonio con Iluminada, que trae consigo su completa anulación y el alejamiento de la vida intelectual. La falta de voluntad de Antonio, no es sólo consecuencia de las enseñanzas del maestro Yuste, sino también de la peculiar idiosincrasia de Yecla, dice: “En otro medio, en Oxford, en New York, en Barcelona siquiera, Azorín hubiera sido un hermoso ejemplar humano, en que la inteligencia estaría en perfecto acuerdo con la voluntad, en cambio la falta de voluntad ha acabado por arruinar la inteligencia” (p.297). También se cita en la carta III la Iglesia Nueva, sin terminar, que queda como testigo de la falta de voluntad de un pueblo y de su incapacidad para el esfuerzo continuado.

Las tres cartas, fechadas en “Yecla, a tantos”, están firmadas por J. Martínez Ruiz y dirigidas a Pío Baroja. Ambos remitente y destinatario son amigos del protagonista por lo tanto personajes, pero a la vez por tratarse de personas reales, los límites entre la realidad y la ficción se difuminan. El final del epílogo no señala el cierre de la trayectoria vital del protagonista. La última carta deja la novela abierta. J. Martínez Ruiz apunta la posibilidad de una 2ª novela: “La segunda vida de Antonio Azorín”, porque no cree que Azorín se resigne a vivir así: Él es un ser complejo; (…) Azorín es lo que podíamos llamar un rebelde de sí mismo (…). Esta segunda vida será como la primera: toda esfuerzos sueltos, audacias frustradas, paradojas, gestos, gritos…”(p. 300-301).


En cuanto al espacio está bien delimitado, no así el tiempo. El escenario más sostenido es Yecla en el prólogo, la primera parte y el epílogo. La segunda parte transcurre en Madrid con algunas salidas a Getafe a ver al padre Lasalde, a Toledo y en su viaje de regreso a Yecla recala en algunos pueblos murcianos de Jumilla.

Sin duda Yecla –la ciudad y el campo- es el escenario de mayor protagonismo; se trata de una tierra dotada de tanta fuerza que paraliza voluntades, determinando que quede sin acabar la Iglesia Nueva y pasa a ser el pueblo símbolo de España.

Las acotaciones temporales son imprecisas. La acción de la novela es más o menos contemporánea con su publicación (1902). Estas referencias temporales nos vienen dadas por la ficcionalidad (novelización) de hechos documentados en los que intervino el joven J. Martínez Ruiz: el viaje a Toledo (diciembre de 1900), visita a la tumba de Larra (febrero de 1901) y el homenaje a Baroja (marzo de 1902); pero en la narración tales hechos carecen de determinantes temporales precisos y además se rompe el orden cronológico de la ficción con la realidad. No se ha buscado la correspondencia entre el tiempo real y el novelado.


Personajes: Del protagonista, Antonio Azorín, nos llegan momentos discontinuos de su vida. Así conocemos a Antonio Azorín en su etapa juvenil, formativa y lo dejamos al cabo de los años en la edad adulta sumisa, casado con Iluminada. Y lo que se nos cuenta son los diversos estados de ánimo de este intelectual sensible y aislado, que se identifica con los hombres de su tiempo. Además en la construcción del personaje se han utilizado rasgos calificados de autobiográficos por parte de J. Martínez Ruiz.

El maestro Yuste moldeará con sus pláticas el espíritu inquieto del joven Antonio. Sus enseñanzas llevan la impronta de numerosas lecturas de Nietzche, Kant, Montaigne y sobre todo de Schopenhauer; en el capítulo III de la primera parte al describir el despacho de Yuste se destacan los tres volúmenes de El mundo como voluntad y representación y cómo las palabras de Yuste transmiten el pesimismo de su lectura.

Contrasta con este filósofo pesimista el padre Lasalde, hombre recto, de recia personalidad, que representa un catolicismo consolador. En él aparecen la nota mística y la filosofía voluntarista.

Las dos figuras femeninas son antitéticas. Frente al misticismo y el espíritu de renuncia de Justina, auspiciada por el padre Puche, el carácter imperioso y autoritario de Iluminada.

También cabe reseñar la presencia de dos personajes secundarios: Quijano y Val, que protagonizan los inventos presuntamente espectaculares que han de secarnos de nuestro atraso histórico. Actúan como símbolo de la mentalidad yeclana-y por consiguiente española- que huye del esfuerzo continuado y se aferra a las ilusiones (al golpe de suerte).


El paisaje:
Dice Yuste: -“Lo que da la medida de un artista es su sentimiento de la naturaleza, del paisaje… Un escritor será tanto más artista cuanto mejor sepa interpretar la emoción del paisaje” (p. 130), esta afirmación del maestro Yuste tiene su interés, ya que en esta ocasión es portavoz de Martínez Ruiz, y además la crítica siempre ha considerado a Azorín como uno de lo mejores cultivadores del paisaje. Carlos Blanco Aguinaga dice:”Es Azorín el mejor y más constante paisajista de la generación”4.

J. Martínez Ruiz como buen impresionista emplea la mancha y la pincelada aislada según la hora del día, con lo que tenemos la luz, que debilita los colores:

“En la lejanía el cielo cobra tonos de verde pálidos. El mediodía llega. La mancha gris de olivos es esclarece; el verde oscuro de los sembrados se torna verde claro” (p.192). Los días grises ofrecen mayor riqueza cromática: “En los días grises, la tierra toma tintes cárdenos, ocres, azulados, rojizos, cenicientos, lívidos” (p.192).

No sólo las sensaciones cromáticas, también las sonoras cobran importancia, así el ruido del amanecer yeclano, que se inicia con el toque de las campanas de las distintas iglesias, como si entraran en diálogo, es una clara expresión de la religiosidad que domina al pueblo. El ruido de las calles y suburbios de Madrid, producido por el tránsito urbano, envuelto en su rutinaria inconsciencia será denigrado. En cambio en el paisaje campestre será el silencio la nota primordial, sólo alterada por los sonidos naturales del viento, del agua, del ladrido de un perro, el trino de un pájaro o una canción lejana: “De cuando en cuando un pájaro trina aleteando voluptuoso en la atmósfera sosegada; cerca una abeja revolotea a un romero, zumbando leve” (p.192). Es un paisaje sentido y que nos hace sentir, muy diferente del frío paisajismo de la generación precedente.

En el capítulo XIV (1ª parte) el maestro Yuste hace una reflexión metaliteraria acerca de la función del paisaje en la literatura moderna. El maestro hace dos comentarios a propósito de las estrategias descriptivas: el primer fragmento analizado pertenece a la novela de Vicente Blasco Ibáñez, Entre naranjos (1900), dice Yuste: “Ante todo la comparación es el más grave de ellos. Comparar es evadir la dificultad (…) (p.130). Y en la descripción de Blasco Ibáñez señala en cursiva el exceso de comparaciones; y sigue reflexionando Yuste:

“(…) a pesar del esfuerzo por expresar el color, no hay nada plástico, tangible…además de que un paisaje es movimiento y ruido, tanto como color, y en esta página el autor sólo se ha preocupado de la pintura… No hay nada plástico en esa página, ninguno de esos destalles sugestivos, suscitadores de todo un estado de conciencia…” (p.131).

Sin embargo esa capacidad para interpretar la emoción del paisaje, la encuentra en un “novelista joven, acaso… y sin acaso, entre toda la gente joven el de más originalidad y el de más honda emoción estética…”; y Yuste lee un fragmento de La casa de Aizgorri (1900) de Pío Baroja, aunque también destaca en cursiva dos prescindibles comparaciones.

Sigue el diálogo metaliterario, y Azorín dice: “(…) en la novela contemporánea hay algo más falso que las descripciones, y son los diálogos. El diálogo es artificiosos, convencional, literario, excesivamente literario” (p.133). Contesta Yuste:

“-Lee La Gitanilla de Cervantes. La Gitanilla es una gitana de unos quince años, que supongo no ha estado en ninguna Universidad (…) Pues bien, observa cómo contesta a su amante cuando éste se declara. Le contesta en un discurso enorme, pulido, filosófico. Y este defecto, esta elocuencia y corrección de los diálogos, insoportables, va desde Cervantes a Galdós…Y en la vida no se habla así; se habla con incoherencias, con pausas, con párrafos breves, incorrectos, naturales. Dista mucho, dista mucho de haber llegado a su perfección la novela” (p.133)

Significación:
Cuatro son “las novelas de 1902” que tienen un carácter renovador: La voluntad, Amor y pedagogía, Camino de perfección de Pío Baroja y Sonata de Otoño de Valle-Inclán. Estas novelas valiéndose de distintos y personales procedimientos narrativos rompen con los moldes del realismo decimonónico. Además estos autores ofrecen aportaciones teóricas sobre el nuevo tipo de novela, así Martínez Ruiz en La Voluntad en el cap. XIV reflexiona sobre la novela: “Ante todo, no debe haber fábula…la vida no tiene fábula: es diversa, multiforme, ondulante, contradictoria”(…) (p.133), afirma Yuste. Igualmente Unamuno en el capítulo XVII de “Niebla” (dialogan Augusto Pérez y Goti, sobre la novela que Goti escribe). “-Pero, ¿te has metido a escribir una novela? -¿Y qué quieres que hiciese? – Y cuál es el argumento, si se puede saber?
-Mi novela no tiene argumento, o, mejor dicho será el que vaya saliendo. El argumento se hace
solo.”5

La Voluntad, pues, constituye un signo de modernidad literaria en las letras españolas del principios del siglo XX. El joven Martínez Ruiz asimila la prosa impresionista europea de los Goncourt, Anatole France y escribe una novela con una forma cambiante y liberada de la esclavitud de la fábula. Su escritura es síntoma de la disolución de los géneros literarios, donde lo subjetivo y lo autobiográfico cobran fuerza. La Voluntad renueva la novela tradicional y servirá de modelo a la novela lírica y a la novela de vanguardia de Gabriel Miró, Gómez de la Serna y Benjamín Jarnés.

Los temas que se tratan en La voluntad son los siguientes: la presencia de la religión y lo eclesiástico desde el prólogo (construcción de la Iglesia Nueva); las enseñanzas del párroco Puche y del Padre Lasalde y la profesión religiosa de Justina.

Otro tema recurrente es la presencia del dolor como mal ineludible que testimonia el P. Lasalde: “Todo es ensueño…vanidad…El hombre se esfuerza vanamente por hacer un paraíso en la tierra…¡Y la tierra es un breve tránsito!...Siempre habrá dolor entre nosotros!” (p.148); y en otro diálogo con Yuste dice Lasalde: “El dolor será siempre inseparable del hombre…Pero el creyente sabrá soportarlo en todos los instantes…Lo que los estoicos llamaban ataraxia, nosotros lo llamamos resignación…” (p.170). También el pesimismo del maestro Yuste contribuye a resaltar la presencia del dolor, así en el capítulo III (1ª parte) dice el narrador: “el maestro extiende ante los ojos del discípulo hórrido cuadro de todas las miserias, de todas las insanias, de todas las cobardías de la humanidad claudicante” (p.72).

La muerte de Justina y de Yuste, el ataúd blanco en Toledo y el paso de los coches fúnebres camino del Cementerio del Este en Madrid, sirven para subrayar la transitoriedad de la vida y la existencia del dolor.

Asimismo dentro de las enseñanzas del maestro Yuste está la crítica de la corrupción administrativa, la inmoralidad de los políticos, la incultura del clero, la estulticia de la burguesía, el abandono del campo y como consecuencia la ruina. Nadie se salva, excepto el pueblo sencillo y humilde aferrado a la tradición. Pueblo que ve Yuste representado en los labradores yeclanos; y más tarde lo verá Antonio Azorín en el labriego de Sonseca (capit. IV, 2ª parte): “¡Era un místico castellano!” (p.206); igualmente Fernando Ossorio había encontrado ese espíritu místico en el ganadero Nicolás Polentinos: “La palabra del ganadero le recordaba el espíritu ascético de los místicos y artistas castellanos”6.

Antonio Azorín, una vez terminado su aprendizaje, podrá comprobar la veracidad de las enseñanzas del maestro. Madrid será el lugar idóneo para darse cuenta de lo que es la política, el periodismo y la literatura. Toledo le ofrece un buen ejemplo de lo que ha llegado a ser el clero: “No hay hoy en España ningún obispo inteligente” (p.207).

Yecla (trasunto de la España del interior) representa la ruina y la usura por los problemas de la depreciación del vino, con lo cual los usureros se hacen con las tierras. Pero Yuste, que supo transmitirle conocimientos de actitud honrada ante la vida, no fue capaz de prevenirle contra el hastío y el pesimismo, del que era portador. Este pesimismo se adueña del ánimo de Antonio Azorín y le hará caer en la abulia generacional. En esta situación, carente de voluntad, la única salida que se le ofrece, es la tomada tiempo atrás por el maestro Yuste: dejar Madrid y volver a Yecla. Antonio Azorín, a diferencia del maestro, no sabrá mantenerse en su condición de intelectual. Su mundo de lecturas será sustituido por otro bien significativo: el cuidado del estandarte del Santísimo. Caerá derrotado ante la fuerte voluntad de Iluminada, convirtiéndose en un propietario rural consorte de la España profunda del momento.

En cuanto a la recepción, La voluntad se leyó poco, aunque la crítica no le fue adversa.

Las reseñas de los principales críticos del momento: Bernardo G. Candamo, Zeda (Francisco Fernández Villegas), José Martínez del Portal y Andrenio (Eduardo Gómez Baquero), fueron bastante positivas. Sólo la crítica de Fray Candil (Emilio Bobadilla) le fue adversa. Cuando Azorín publicó la 2ª edición de La voluntad en la editorial Renacimiento en 1913, escribió una nueva página, que insertó al final, titulada, >>Desde la colina<<, porque al releer el libro- cuando ya eran otras las ideas y la técnica del autor- le dio la impresión del “viajero-un poco cansado y entristecido- que desde la lejana colina contempla tras los años, la vieja ciudad en que tantas horas de esperanzas y de tristezas pasaron por él”7.

Hay escritores que han vivido en continuo diálogo con sus obras. En cada nueva edición introducen cambios, realizan supresiones con el fin de mejorar, de depurar la obra. Tal es el caso de Valle-Inclán con las Sonatas. El caso de Azorín es el contrario, corregía la primera edición y trataba de olvidar para seguir con su tarea creativa. Además su criterio era respetar la obra pretérita, esto dice también en >>Desde la colina<<: “respetemos lo realizado en el tiempo; no nos creamos con facultad por dar por no efectuado lo que ha tenido su realización. Respetemos estrictamente nuestra obra pretérita”. (Ibidem).

La 3ª edición es de 1919 y fue editada por R. Caro Raggio, como segundo volumen de las Obras Completas de Azorín y conserva el texto de 1902. La 4ª edición fue publicada por Biblioteca Nueva, Madrid, 1939 y sufre la censura del momento. Las ediciones que siguen a partir de 1940, Obras Selectas, Biblioteca Nueva, 1943 (reimpresa en 1953 y 1963) y la de las Obras Completas, vol. I, Aguilar, Madrid, 1947 (Edición de Ángel Cruz Rueda), así como la edición de La voluntad en el tomo II de Las mejores novelas contemporáneas, Planeta, Barcelona, 1958, a cargo de Joaquín de Entrambasaguas, todas ellas reproducen la 4ª edición censurada.

Por fin la edición de E. Innman Fox (Castalia, Madrid, 1969) reproduce el texto de la edición de 1902, corrigiendo las erratas. Esta edición crítica va precedida de un interesante estudio introductorio.

Posteriormente y con motivo del “Centenario del 98” se han producido dos ediciones en 1997: una en la editorial Biblioteca Nueva, con un prólogo de Antonio Ramos Gascón y la otra a cargo de María Martínez del Portal, en Ediciones Cátedra con un amplio estudio introductorio y notas al pie de página.

También fue editada en Obras escogidas, vol. I, por Espasa-Calpe, Madrid, 1998 y por el diario EL MUNDO: “Las cien mejores novelas en castellano del siglo XX”, Bibliotex, Barcelona, 2001, con un esclarecedor prólogo de Guillermo Carnero.

El centenario de la edición de la novela en 2002, ha propiciado la traducción de La voluntad al italiano: La voluntà por Lia Ogno y editado en “Le Lettere”, dentro de la colección Piccola Biblioteca Hispánica, dirigida por Francisco José Martín. Y este mismo año se publica la edición facsímil de la 1ª edición por la Caja de Ahorros del Mediterráneo, Murcia, como también hizo con Camino de perfección, en 2002.

Por último la Biblioteca de Castro, ha publicado La voluntad, dentro del tomo Novelas I de Azorín (Diario de un enfermo, La voluntad, Antonio Azorín) a cargo de Miguel Ángel Lozano Marco, Madrid, 2011.

Cuarenta años después de publicada La voluntad en 1942, Azorín contestó a unas preguntas, que le formuló Víctor Arlanza en El Español, Madrid, 19.XII.1942, sobre la realidad de los personajes, y esto dice al respecto:

“De todo hay. Antonio Azorín, naturalmente, soy yo mismo. Lasalde, el Padre Lasalde, existió con ese mismo nombre: un sabio arqueólogo y bibliófilo, colaborador de la Revista Calasancia y profesor mío en el colegio (…) Yuste, sí, el maestro escéptico es un personaje imaginario; su apellido, que por lo demás tiene un valor cesáreo- el retiro en Yuste (Cáceres) de Carlos I-, es un apellido de mi familia. Y en cuanto a Justina, tampoco existió nunca”.

Y en cuanto a la realidad del paisaje, esto responde:

Nosotros escribimos (…) según el procedimiento de Flaubert y de los naturalistas franceses (…) para describir aquel panorama me levanté antes de amanecer tres mañanas seguidas. Además de mi lápiz y mi cuaderno, me acompañaba una lamparita, pues naturalmente no se veía. Y a su luz indecisa iba escribiendo, describiendo los mil matices del paisaje, a medida que iba asomando el sol. En cuanto al paisaje en sí, Yecla es puramente manchego. No lo de Alicante con su gradación de grises.”

Y al preguntarle el periodista si planeó La voluntad como una novela de tesis, Azorín responde:

“De tesis no… De reacción contra el medio. La voluntad se ha hecho, independientemente de mi voluntad y de mi propósito de escribirla, representativa de aquella generación nuestra y aun de un momento de mi evolución personal.

La voluntad es el deseo de voluntad, deseo que a su vez implica una falta”8

Podemos, pues, concluir que en La voluntad se describe el fracaso del joven revolucionario Antonio Azorín, frente a una España hostil y en decadencia. Muestra, también, la lucha interior del protagonista que intenta superar su abulia, pero se siente ahogado por su pesimismo. Esta novela se puede considerar como epítome de toda una minoría intelectual española-La juventud del 98- que intentó transformar la vida social, política y económica criticando a todas las instituciones. Sin embargo como le pasa a Antonio Azorín, fue un grupo incapaz de poner en práctica su rebeldía por falta de energía y decisión.

La historia personal del protagonista puede extrapolarse a la realidad de entonces (el 98), así como la actitud vital de José Martínez Ruiz, que adoptará el apellido de su creación como seudónimo literario en 1903, AZORÍN.

Por otra parte, el título “La Voluntad”, es una pura paradoja, bajo la cual se oculta la novela de la abulia (no-luntad) y del fracaso.

A pesar de todo La Voluntad es una novela que soporta el paso del tiempo y mantiene su vitalidad textual y creativa cumplido el centenario.



Bibliografía:

Alonso Zamora Vicente, >>Una novela de 1902<<, en La voz de la letra, Espasa-Calpe, Madrid, 1958

Azorín (Martínez Ruiz José), La voluntad, Edición de Inman Fox, Clásicos Castalia, Madrid, 1995.

-: Edición de Antonio Ramos Gascón, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997

-: Edición de Mª Martínez del Portal, cátedra, Madrid, 1997

-: Edición de Miguel Ángel Lozano Marco, en Novelas I, Biblioteca de Castro, Fundación José Antonio Castro, Madrid, 2011.

Azorín, Madrid, Introducción de José Payá Bernabé,Biblioteca Nueva, 1997

Azorín, Obras Completas I, Edición de Ángel Cruz Rueda, Aguilar, Madrid, 1947

Baroja Pío, Camino de perfección, Caro Raggio Editor, Madrid, 1993

Blanco Aguinaga Carlos, Juventud del 98, Editorial Crítica, Barcelona, 1978

Entrambasaguas, Joaquín de, Las mejores novelas contemporáneas, vol. II, Editorial Planeta, Barcelona, 1963

Laín Entralgo, Pedro, La Generación del 98, Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1975 (8ª edición).

Show Donald, La Generación del 98, Cátedra, Madrid, 1985

Unamuno Miguel de, Niebla, Edición de Armando F. Zubizarreta, Clásicos Castalia, Madrid, 1995.

Madrid, 25 de abril de 2012





















1 . Martínez Ruiz J. Azorín, La voluntad, Edición de Inman Fox, Clásicos Castalia, Madrid, 1989 (5ª edición) pp. 58-59. Todas las citas textuales serán de esta edición señalando la página.

2 .Azorín, Madrid, Introducción de José Payá Bernabé, Ilustraciones de Luis García Ochoa, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997, capit. >>Los pupilajes<<. P.42

3 . O. C. p. 166

4 . Blanco Aguinaga, Carlos, Juventud del 98, Editorial Crítica, Barcelona, 1978 ( p.272)

5 . Unamuno Miguel de, Niebla, Edición de Armando F. Zubizarreta, Clásicos Castalia, Madrid, 1995, (p.178)

6 . Baroja Pío, Camino de perfección, Caro Raggio Editor, Madrid, 1993, ( XVII, 120)

7. Azorín, Obras Completas I, Aguilar, Madrid, 1947 (pp.995-996)

8. Entrambasaguas Joaquín de , La mejores novelas contemporáneas, Tomo II, Editorial Planeta, Barcelona, 1963 (pp.650-651)