jueves, 28 de junio de 2012

EL COSTUMBRISMO ÁUREO EN EL DÍA DE FIESTA POR LA MAÑANA Y POR LA TARDE de Juan de Zabaleta




Orígenes, arranque y proyección del costumbrismo:

El costumbrismo literario pretende reflejar los usos y costumbres de los ciudadanos sin analizarlos ni interpretarlos, ya que de ese modo se entraría en el realismo literario, con el que se halla directamente relacionado. Se extiende por todas las artes (literatura, pintura, música, danza, trajes), siendo el folclore una forma de costumbrismo.

Los temas son los cuadros de costumbres, llamados también artículos de costumbres, y son bocetos en los que se pintan costumbres, usos, tipos característicos de la sociedad, paisajes y diversiones, unas veces con el ánimo de divertir y otras con marcada crítica social y moralizadora.

Una de las características del arte español, especialmente la literatura, es su tendencia al realismo, que empieza a perfilarse en el primer texto narrativo en lengua castellana, el Cantar de Mío Cid, y se prolonga a través del elemento popular, que impregna el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, La Celestina, el Lazarillo, Rinconete y Cortadillo, “el primero y hasta ahora no igualado modelo de cuadro de costumbres” según Menéndez Pelayo.

Correa Calderón, 1964, cita como antecedentes del costumbrismo el Corbacho del Arcipreste de Talavera, El diablo cojuelo de Vélez de Guevara, los Coloquios de Torquemada y las Cartas de Eugenio de Salazar.

Pero el costumbrismo propiamente dicho comienza a desarrollarse en España en el siglo XVII, como consecuencia de las directrices del Concilio de Trento y la Contrarreforma española, que supuso el cierre de las fronteras culturales decretado por Felipe II. Así pues, el costumbrismo cala en nuestra literatura y estará presente en la novela picaresca, en los pasos y el entremés.

Estos son los autores calificados con el marbete de costumbristas en el siglo XVII: Antonio Liñán y Verdugo con su obra, Guía y avisos de los forasteros que vienen a la Corte (1620); Bautista Remiro de Navarra con Los peligros de Madrid (1646), Juan de Zabaleta con El día de fiesta por la mañana (1654) y El día de fiesta por la tarde (1660) y Francisco Santos con Día y noche en Madrid (1663). Esta literatura costumbrista tendría su continuación en el siglo XVIII con Torres de Villarroel, Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por Madrid; con don José Cadalso, Las cartas Marruecas; Clavijo y Fajardo con el Pensador y muchas páginas de la prensa periódica con cuadros costumbristas de escritores anónimos en El correo de Madrid, Diario de las Musas, El Semanario de Salamanca.

En el siglo XIX el costumbrismo tuvo su desarrollo pleno en el Romanticismo con el artículo de costumbres, ya con intención política y con conciencia de exaltación de lo pintoresco ( Larra, Estébanez Calderón, Mesonero Romanos…).

El costumbrismo tuvo su continuación en el siglo XX con las comedias andaluzas de los hermanos Quintero, Arniches con sus sainetes de tipos populares madrileños; Ramón Gómez de la Serna con su Elucidario de Madrid, El Rastro o su novela madrileñista La Nardo ; también cultivan un costumbrismo de tintes sombríos algunos autores de la Generación del 98: Miguel de Unamuno, De mi país (1903), Pío Baroja, Vitrina pintoresca y Azorín con Los pueblos y Alma española. Mediado el siglo XX Camilo José Cela escribe sus apuntes carpetovetónicos, cercanos al esperpento; Francisco Umbral con su costumbrismo antiburgués y las letras de las canciones de Joaquín Sabina, también estarían impregnadas de un costumbrismo posmoderno.

Estructura narrativa de El día de fiesta…:

Juan de Zabaleta publicó El día de fiesta por la mañana (DFM) en 1654 y seis años más tarde El día de fiesta por la tarde (DFT). En el prólogo del DFT dice: “El agrado con que se recibió la “Mañana” del día de fiesta, me solicitó para escribir la Tarde, Y no estoy fuera de escribir la Noche”1. Como vemos promete escribir también El día de fiesta por la noche, pero no lo cumple.

No son excesivos los datos biográficos de Don Juan de Zabaleta, debió nacer en Madrid o Sevilla hacia 1610 y murió en Madrid según consta en la partida de defunción, conservada en la parroquia de San Sebastián de Madrid: “Juan Santos de Zabaleta, soltero, calle Santa Isabel cassas frontero de Tomé date (..) murió en diez y siete de noviembre de mil seiscientos sesenta y siete”2 .

Sus contemporáneos manifiestan que era llamativamente feo. Su amigo, Jerónimo de Cáncer y Velasco escribía en su célebre vejamen (sátira de tono festivo en la que se ponen de relieve los defectos de alguien) con este tenor:

Vimos junto a nosotros un hombre tan feo, que nos atemorizó; y mi camarada (…) dijo: -¿Válgame Dios, y qué cara tan endemoniada? ¿Quién es ese hombre tan feroz?

-Este es don Juan de Zabaleta (…) Es excelente poeta, y de los mayores; ha escrito muy buenas comedias; aunque le sucedió un desmán con la “Aun vive la honra en los muertos”, que fue tan mala; pero esta redondilla dirá el suceso de aquel día:

Al suceder la tragedia/ del silbo, si se repara,/ ver su comedia era cara,/ ver su cara una comedia” (p. 10)

Parece ser, según los críticos, que su fealdad fue una de las causas de su misoginia y de su crítica de los placeres. Mª Antonia Sanz Cuadrado dice: “Nada sabemos de la vida íntima y familiar de don Juan de Zabaleta; ignoramos si despertó amores o los gustó, dejándose prender de la femenina dulzura”3. Pues bien, según los nuevos datos sobre la biografía de Zabaleta aportados por Ana Elajabeitia, 1984, nuestro autor era hidalgo, aunque hijo natural, pero a su vez tuvo varios hijos con una mujer casada, abandonada del marido, que por circunstancias de su matrimonio aparece en ocasiones con nombre supuesto. Por lo tanto Zabaleta sí se dejó prender de la dulzura femenina.

Su situación económica nunca fue desahogada. Para recuperar dos pequeños mayorazgos tuvo que pleitear con unos parientes que le disputaban la herencia. Fue ayudado en el pleito por su amigo don Francisco Navarro, abogado en los Reales Consejos y de los presos pobres de la Inquisición, a quien le dedica El día de fiesta por la tarde, dice así: “Yo era inmediato sucesor de dos mayorazgos no grandes (…) Murió el poseedor último, y apenas me dieron lugar de creer que tenía hacienda: tan presto fue el ponerme a toda ella en pleito (…) Tan cabal estaba mi miseria que no alcanzaba mi caudal a la costa del pliego sellado con que se empieza una demanda” (pp. 297-298). El Supremo Real Consejo de Castilla le reconoció sus derechos después de tres pleitos. Más adelante Zabaleta agradece a su bienhechor, don Francisco Navarro, la condonación de las costas del proceso: “Vea v. merced ahora qué tiene que ver la dedicación de un libro pequeño con la activa, desinteresada y piadosa de un pleito grande. Ni es una renunciación ni principio de ella. A lo más que se alarga es a ser confesión pública de deuda” (p. 299).

Estos dos mayorazgos, que ganó con los tres pleitos citados, los obtuvo de su padre, Santos de Zabaleta y Veidecar, por disposición testamentaria. Su padre se había casado y había tenido dos hijas legítimas y él era el cuarto aspirante entre los hijos naturales y adquirió los mayorazgos por la muerte de las herederas, fallecidas sin sucesión.

En octubre de 1659 ganaba los pleitos de la herencia y él mismo lo celebra así: “Entramos tres veces en batalla, pidiendo justicia a aquel juez grande (…) al Supremo Real Consejo de Castilla, todas tres vencimos. Gracias a Dios, gracias a Dios” ( p. 299).

Desde ese momento la situación económica del escritor, ya más saneada, le permitiría dedicarse con fruición al estudio, a la escritura y a las actividades literarias y, por supuesto, legar los mayorazgos a sus herederos.

En el año 1664, el propio Juan de Zabaleta nos descubre su ceguera y lo escribe en el prólogo del original de El Emperador Cónmodo, dice: “En el año 664, el día 9 del mes de diciembre (tiemblo al decirlo), abrieron por la mañana para que me viese vestir, y sólo vi que no vía (…) Conocí en mi desdicha la mano de Dios (…) Entreguéme a la medicina. Ella hizo lo que pudo, pero pudo más la enfermedad que ella” (pp. 27-28). Zabaleta se quedó ciego de gota serena.

Se preguntaba Azorín en 1921: “Privado de la visión del mundo externo, entregado por su ceguera a la contemplación prístina del mundo espiritual; ¿qué pensaría Zabaleta de la tragedia humana? ¿Se acentuaría con profundo pesimismo, su propensión revolucionaria”4. Pero bueno, Zabaleta queda ciego cuando ya había terminado de escribir sus obras y muere tres años más tarde en 1667, como ya se ha dicho.

Algunos editores (Hartzenbush, A. R. Chaves, Joseph Yxart y Luis Santullano) han realizado una edición abreviada del DFM y T, descargándola de las digresiones morales y resaltar sólo el elemento costumbrista, pero eso es mutilar y desvirtuar la obra, que se puede hacer por razones editoriales (comerciales), pero nunca por razones de índole literaria. Más propio me parece señalar tipográficamente los pasajes costumbristas de los didáctico- morales, como hace José Mª Díez Borque en El día de fiesta por la tarde, Cursa, 1977.

Estructura de El día de fiesta por la mañana:

El día de fiesta por la mañana consta de 20 capítulos con una breve introducción titulada “El día de fiesta”, en la que habla del descanso y del modo de santificar los domingos y los días de fiesta y se pregunta al final: “Pero, ¿cómo usan los hombres de esos días?” (p. 98). La obra tiene dos dedicatorias, una al doctor Fernando Infante, médico de la reina y la otra a don Pedro Tinoco y Correa, de la casa del rey de Portugal. Después ya viene el prólogo al lector, que tiene como función captar la benevolencia de los lectores: “Lector mío, si no soy totalmente indigno de tu aprobación, no me malquistes con el mundo. El negocio de entrambos haces. Vale” (p. 96). Como vemos Zabaleta empieza a moralizar desde el prólogo.

Y ya comienza el texto con “El galán”. Zabaleta emplea la técnica del relato ensartado o yuxtapuesto, muy frecuente en la picaresca. “Zabaleta (Díez Borque, 1977) renuncia en su El día de fiesta a cualquier recurso estructural que enlace sus cuadros sueltos, sean sobre los tipos madrileños- en la mañana del día de fiesta- o sobre las distintas diversiones en la tarde del día de fiesta. La unidad la consigue Zabaleta mediante el título”5.

No obstante sí existe un hilo conductor que es la asistencia a la misa y la reiteración de un modelo estructural fijo en cada capítulo, la intencionalidad moral y también actúa como elemento de unidad el espacio donde se mueven los tipos: Madrid, el protagonista, al fin, del día de fiesta.

El modelo estructural que se repite en cada capítulo consta de tres partes (Villar Dégano, 1986, 96):
Una introducción de naturaleza reflexiva que se plasma en una frase o frases que van a dar pie a la narración.
Un desarrollo narrativo, con digresiones, que toma como pretexto la actuación de los tipos para criticarles.
Un colofón final, en forma de moraleja, que trata de enlazar con el comienzo y pretende demostrar la veracidad de lo expuesto.

Así pues, Zabaleta comienza cada capítulo con una aserción de carácter reflexivo y moralizante, que luego va a ilustrar con el desarrollo narrativo de los tipos y personajes genéricos del DFM. La función de esta introducción de naturaleza reflexiva es la de recordarnos que estamos ante una obra didáctico-moral, cuya pretensión es que esos tipos santifiquen el día de fiesta, pues su conducta no es ejemplar.

El elemento novelesco, los tipos y sus actuaciones, son el ejemplo de lo que no se debe hacer; por lo tanto el DFM no es un libro totalmente costumbrista, pues esos tipos no reflejan siempre personajes, sino que sobre todo encarnan entes abstractos portadores de vicios como el avariento, el hipócrita, el vengativo o el adúltero. El costumbrismo aquí es instrumental, sirve de señuelo para lo que se pretende criticar.

Los personajes, además de no cumplir con el día de fiesta, son portadores de un vicio humano como la vanidad (el galán y la dama), la lujuria (el enamorado y el adúltero), la pereza (el dormilón) y la avaricia (el tahúr y el avariento).

Todos los personajes como el glotón, el cazador, el galán, la dama realizan el mismo recorrido que comienza en la cama, levantándose y termina en la iglesia, tratando de santificar el día de fiesta, pero solo en apariencia.

También los personajes del DFM son urbanos y pertenecientes a la clase media, parece que Zabaleta practicase la corrección política, pues no son objeto de su crítica la aristocracia ni el clero, aunque cabe pensar que éstos tampoco serían perfectos. Se trata de una selección arbitraria en la cual tampoco aparecen los médicos, los sastres ni los magistrados. Tampoco critica a los pobres y a los campesinos, para Zabaleta más cumplidores y más sinceros.

En cuanto al discurso narrativo, la acción y la descripción de los tipos, lo propiamente costumbrista, se manifiesta con un lenguaje llano, claro y preciso, Torres de Villarroel dice que el estilo de Zabaleta es “breve, casto, conciso y elegante”. Este discurso narrativo se interrumpe con digresiones de carácter moral y es aquí donde Zabaleta demuestra su ingenio y su erudición, utilizando fuentes de la Historia, de la Biblia y de la Ciencias Naturales. Aunque como costumbrista compone sus cuadros con pinceladas ágiles y minuciosas. Su habilidad en el manejo de los personajes, su visión de los defectos morales, sus descripciones, sus rasgos satíricos y de humor le acreditan como un magnífico observador e intérprete del alma humana

Si tenemos en cuenta el estilo de Zabaleta podría ser, en cierta medida, el antecedente de Azorín. Analicemos este párrafo de “El galán” (DFM): “Despierta el galán el día de fiesta a las nueve del día, atado el cabello atrás con una colonia. Pide ropa limpia, y dánsela limpia y perfumada. La limpieza es precisa, los perfumes son escusados. Sin limpieza es un hombre aborrecible, con perfumes es notado. Limpio da a entender que cuida de sí, perfumado da a entender que idolatra en sí mismo” (p. 99).

Y comparemos con este otro párrafo de Españoles en París de Azorín (Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1942, p. 116): “Fulgencio Graces, escritor español, refugiado en París, escribe cuentos. Escribe otras muchas cosas. El cuento es lo que más le seduce (…) El cuento representa en la prosa lo que el soneto en la poesía. El que no sepa escribir un cuento no domina su arte”. Frase corta y claridad expositiva predominan en los dos textos.

Y el tercer elemento es el colofón o moraleja final que suele volver al comienzo; y que va precedida de remedios contra la situación descrita en el desarrollo.

Así pues, planteamiento inicial, narración ejemplar y moraleja es el esquema básico que se repite en el DFM.

Estructura del El día de fiesta por la tarde:

Además de la dedicatoria a D. Francisco Navarro, que le asistió para ganar los pleitos, de lo cual ya hemos hablado, tenemos también el prólogo con el que justifica la escritura de el DFT, que forma la segunda parte del día de fiesta, y se debe al éxito de el DFM y el objeto es el mismo: “Mi ánimo ha sido en esta escritura quitar los errores de que los hombres manchan el ocio santo de los días santos” ; y añade: con los retratos de los vicios procuro desenamorar al mundo de ellos, y en los retratos pongo algunas cosas que quizá moverán a risa” (p. 303). Después del prólogo añade un breve texto introductorio, en el que recuerda el carácter de día sagrado del domingo y no sólo por la mañana: “porque fue el día en que resucitó” (305).

En el DFT la narración sufre un cambio fundamental, ya que describe las diversiones, lugares de reunión, usos y costumbres populares, que distraen del cumplimiento de los deberes religiosos. Estos cuadros o escenas son: el juego de pelota, el teatro, el estrado etc, hasta doce, donde los personajes se mueven con mayor desenfado y soltura. El costumbrismo de estos personajes y sus situaciones sigue siendo instrumental como en el DFM, pero cada vez tiene más importancia e incluso en algunos cuadros supera al discurso moralizante. La razón del aumento del elemento costumbrista está en el carácter profano de las ocupaciones de la tarde.

El esquema de las narraciones es el mismo que en la primera parte:
Una introducción con alguna información histórica o social sobre el lugar u ocupación de la tarde del día de fiesta.
Una narración con digresiones morales, personajes y situaciones
Un colofón con consejos que se condensa en un aforismo.

En esta segunda parte la amenidad literaria de las situaciones se ve favorecida por la abundancia de elementos descriptivos y por los cambios espaciales y temporales. La descripción de personajes y ambientes resulta más rica, por lo que el cuadro es más ameno que el tipo moral de la primera parte, y por supuesto la lectura resulta mucho más placentera.

El DFT está formado por doce relatos: “La comedia, El paseo común, Santiago el Verde, El Trapillo… y La merienda”, este último formado por una breve introducción y 33 capitulillos a modo de aforismos y termina con “Laus deo: Todo cuanto aquí va escrito, lo sujeto a la enmienda de la Santa Madre Iglesia” (p. 475).

La parte narrativa del DFT es más extensa que en el DFM, aunque se sigue alternando con las digresiones moralizantes.

El final de la narración se completa con la moraleja, máxima o un simple consejo moralizante, veamos como termina el capítulo IX, “La pelota”: “De los gustos y utilidades de discípulo y maestro está gozando el que conversa con hombres entendidos y virtuosos. Mejor se emplean en esto las horas santas de la tarde del día de fiesta que en andar alocadamente tras de una pelota” (p. 437).

El último capítulo, “La merienda”, diferente de los otros once y en el que no se mezcla lo moralista con lo costumbrista, sino que es una lectura adecuada para el día de fiesta por la tarde, una meditación desengañada sobre el hombre y su existencia. Sin duda un epílogo coherente con la intencionalidad moral de los prólogos y con los discursos didácticos del texto.

Implicaciones del costumbrismo:

En El día de fiesta se describen una serie de figuras típicas y sus actuaciones, tanto por la mañana como por la tarde del día festivo, lo que nos permite conocer las costumbres domésticas y públicas de la sociedad madrileña del siglo XVII. Zabaleta pasa revista a una serie de tipos existentes en la sociedad, casi todos masculinos, hasta veinte. Estos tipos son presentados al lector en su vida cotidiana, en lo que acostumbran a hacer el día de fiesta. Y esto nos da pie para analizar el costumbrismo como género literario.

En efecto Evaristo Correa Calderón considera el costumbrismo un género menor dentro del realismo hispano, que se desarrolla en distintos géneros literarios: novelas, teatro, sainetes y entremeses, pero en un sentido restringido: “Se refiere a un tipo de literatura menor, de breve extensión, prescinde del desarrollo de la acción (…) limitándose a apuntar un pequeño cuadro colorista, en el que se refleja con donaire y soltura el modo de vida de una época, una costumbre popular o un tipo genérico
representativo”6.

Si tenemos en cuenta la cita anterior el costumbrismo comenzaría en el siglo XIX con los artículos y cuadros de costumbres, pero hay antecedentes en las misceláneas y diálogos erasmistas del siglo XVI y, además, podemos afirmar que el costumbrismo, como género definido, comienza en el siglo XVII con las obras de Liñán y Verdugo, Remiro de Navarra y don Juan de Zabaleta.

En el cuadro de costumbres la estructura narrativa casi desaparece y cada cuadro tiene, pues, autonomía narrativa. Evaristo Correa Calderón lo ha visto así: “El gran espejo de la novela se ha quebrado y cada uno de los añicos refleja un brevísimo cuadro popular (…), un apunte apenas. La unidad narrativa se ha roto definitivamente (…) y cada uno de esos fragmentos (…) cobra su propia categoría”7.

En el cuadro de costumbres el centro de interés no es el individuo y su aventura vital, sino las costumbres generales; y el arte estará en saber generalizar a partir de lo particular, en el tono de la sátira y la moralización, partiendo de unos hábitos colectivos.

El costumbrismo, al abandonar la unidad narrativa, adoptará otros procedimientos para organizar de forma coherente los ´fragmentos` o cuadros de costumbres. Zabaleta renuncia en El día de fiesta a cualquier recurso estructural que enlace los cuadros sueltos, sencillamente los yuxtapone y repite el mismo esquema en cada capítulo. La unidad la consigue mediante el título- mañana y tarde- y nos va presentando cómo pasan el día de fiesta los habitantes de Madrid, que descuidan el precepto de oír misa y otras devociones religiosas, los domingos y las fiestas de guardar (días de precepto).

Y toda esta presentación literaria la realiza Zabaleta con un propósito didáctico-moralizador, que limita y lastra el costumbrismo, objeto de nuestro estudio. En efecto la digresión moral es constante en el día de fiesta, por lo que cabe preguntarse: ¿Hasta qué punto Zabaleta era consciente del valor del costumbrismo?; pues está claro que su función era moralizar y corregir. Cristóbal Cuevas García dice: “Zabaleta utiliza masivamente el costumbrismo, pero no puede considerársele en sentido exclusivo un escritor costumbrista. Es más bien un moralista que utiliza la pintura de los hechos de conducta de sus contemporáneos para negarles su valor (…) en este sentido su costumbrismo sería (…)- casi “malgré lui” ( p. 51).

Don Juan concibe como única ocupación para el día de fiesta la práctica religiosa, aunque ello no le impida pintar con desenfado y hasta con crudeza los vicios y las costumbres de los madrileños del siglo XVII.

Los valores que defiende Zabaleta están en consonancia con los imperantes en su época, no es un innovador, pero, a veces, expone juicios originales y valientes, que dan valor a sus digresiones moralizantes, no es un mero seguidor de los tópicos morales y filosóficos del momento. Zabaleta tiene ideas propias sobre el honor, la nobleza, la pobreza y el valor de la vida.

En sus páginas encontramos la condena de la venganza, exalta el valor de la virtud y de la obras sobre el apellido (el linaje); condena a la nobleza rica y ociosa frente al pobre. Pero también pinta con crudeza al pueblo llano, cuando asiste a las romerías de “El Trapillo”, “Santiago el Verde” o a la comedia. Todo está visto desde una perspectiva negativa y pecaminosa, tanto la comedia, el paseo, la casa de juego o las romerías, y, claro, esta moralización continua es la grave limitación del costumbrismo de Zabaleta.

El protagonista de El día de fiesta es Madrid, sus gentes y sus diversiones y el sistema de valores del siglo XVII, visto desde la perspectiva de un moralista riguroso. Valores de una sociedad en decadencia, en la que el rey estaba en el vértice de la pirámide social, su poder emanaba de Dios y el pueblo no cuestionaba para nada el poder real, a pesar de las privaciones que padecía.

Un valor primordial es el religioso, pues garantizaba la salvación del alma, pero no progresaron las ideas reformadoras (iluministas y místicos), sino que se aceptaba de forma sumisa la autoridad de la iglesia con las prácticas de la misa, la procesión, las romerías, el santo y los milagros. Zabaleta criticará estas prácticas religiosas externas y, a menudo profanas, en las romerías de “El Trapillo y Santiago el Verde”.

Un aspecto importante del DFT es la variada forma de divertirse de un cortesano en día festivo, motivo que aprovecha Zabaleta para censurar esa actitud, porque le aparta del sentido religioso del día de fiesta. Dentro de esas diversiones están las fiestas públicas, las mascaradas, las procesiones profanas y religiosas, romerías, juegos de cañas, corridas de toros y la comedia como gran vehículo de propaganda, de conformismo y consolación. Al tratarse de una época de decadencia se multiplican los espectáculos para disfrazar la realidad social, actitud escapista, al fin.

Zabaleta censura esta ansia desmedida de diversión, porque aparta a los ciudadanos de la devoción propia del día de fiesta.

El pueblo asiste a los espectáculos protagonizados por los nobles, pero también tenían sus propias y ruidosas diversiones, que solían apoyarse en la celebración de fiestas religiosas, aunque en la práctica se convertían en francachelas campestres tendentes al vicio.

Siguiendo con las diversiones, la lectura no era en el siglo XVII una forma habitual de pasatiempo. Por una parte estaba el analfabetismo y por otra el elevado precio de los libros. La tendencia era a la comunicación oral y al espectáculo teatral. La novela cortesana estaba dedicada a las damas de la nobleza (ya leían más las mujeres que los hombres) y lo mismo los otros géneros literarios. Si acaso el pueblo, que sabía leer, accedía a los pliegos de cordel.

Las otras diversiones que trata Zabaleta, como el juego de cartas, conversación en el estrado, juego de damas y de pelota no tenían carácter colectivo, ni popular. La diversión que sí tenía mucha importancia, como práctica diaria, era el paseo por el Prado con sus galanteos y su picaresca erótica, con ostentación de vestidos, coches y galas personales. Aspectos estos que priman el costumbrismo.

Conclusión

La ideología que intenta transmitir Juan de Zabaleta en El día de fiesta hunde sus raíces en el catolicismo postridentino y en la contrarreforma de España, donde la monarquía, la jerarquía social y la religión son intocables. La visión del mundo, que presenta nuestro autor, podría definirse como un humanismo cristiano con una concepción, todavía, teocéntrica. Por todo lo cual la existencia terrrenal hay que vivirla preparándose para la vida eterna, para el encuentro con Dios.

Un tremendo desengaño recorre los textos de Zabaleta y los de los otros escritores áureos. El hombre es presentado como un ser orgulloso y engreído con pretensiones de grandeza. Los placeres, que proporciona el mundo y la carne, son pura apariencia. La belleza corporal una mentira, que la vejez y la enfermedad marchitan. Y a pesar de todo ello los hombres se empecinan en dedicar más atenciones a su cuerpo, que a su alma.

Hay que desconfiar del ser humano, mientras no se conozcan bien sus intenciones y esta desconfianza se fija, sobre todo, en las mujeres. El pensamiento de Zabaleta es radicalmente antifeminista. Pinta a la mujer como un ser imprudente, mentiroso, menos inteligente que el varón, banal, frívola y provocativa. Su gran defecto es la avaricia y explota al hombre siempre que puede.

No cabe duda que a Zabaleta le mueve el empeño moralizador y didáctico: avisar, aconsejar y enseñar a su restringido público lector el camino del bien y evitar caer en la tentación, que ponga en peligro la salvación de su alma.

En este sentido la tesis mantenida por Zabaleta en El día de fiesta es muy clara: los domingos y fiestas de guardar son el día del Señor. Por lo tanto el hombre debe aprovechar el día de fiesta para su beneficio espiritual; pues en la práctica los hombres del siglo XVII tenían bastantes abandonadas sus creencias y sus deberes religiosos.

La intención es el deleitar aprovechando con su arte literario (“Aut prodesse volunt, aut delectare poëtae,/ Aut simul et iucunda et idonea dicere vitae”. v. 333-334 de Ars Poetica de Quinto Horacio Flaco), para ello debe introducir ingredientes que deleiten y hagan más soportable el discurso moral; y precisamente ese ingrediente es el costumbrismo.

El cuadro de costumbres, el ingrediente deleitoso, se supedita, como ya hemos apuntado, a los fines didácticos y doctrinales de la religión católica. Zabaleta es un costumbrista que utiliza la pintura de determinadas formas de conducta de sus contemporáneos para corregirlas. Y una de la técnicas que utiliza en estos cuadros es el recurso al ridículo, veamos un fragmento de “El cazador” (DFM): “Engólfase en los matorrales, busca el perro y vele comiéndose el conejo con mucho brío. Dale voces para que lo suelte, obedécele el animal (…), llega ijadeando a coger la presa y alza del suelo un pellejo con unos pedazos del conejo pegados. Parte a castigar al perro malhechor, no puede alcanzarle y cae en aquel suelo molido” (p. 245-246). Zabaleta presenta la figura de un cazador y le critica, porque dedica más atención a la caza que a sus obligaciones religiosas. A la vez el cazador aparece hábilmente ridiculizado, con lo cual una descripción de índole costumbrista sirve para censurar la actitud del personaje que descuida su alma y se entrega a una actividad, que sólo le proporciona molestias, cansancio y enfado (“cae en aquel suelo molido”).

En los textos costumbristas se produce la desintegración de la novela barroca. Y esto es así, porque las continuas reflexiones morales y las digresiones filosóficas interrumpen el hilo narrativo o lo hacen desaparecer.

Por lo tanto el narrador costumbrista áureo, en nuestro caso Zabaleta, concibe sus obras con el propósito de aleccionar a sus lectores sobre los modos de evitar los vicios y los malos hábitos enraizados en la sociedad de su tiempo. El autor guiado por este fin, hace uso de un material narrativo como las descripciones de tipos y cuadros de costumbres, que en sus manos, es un simple instrumento para lograr su intención didáctica. No le interesa el planteamiento estructural del relato: presentación, nudo y desenlace, ya que lo que pretende es aconsejar, avisar y adoctrinar, y claro, el relato se resiente.

Pero, ¿cómo se consigue la aniquilación de la novela? Pues con una interrupción sistemática de la línea argumental con el fin de exponer advertencias, anotaciones, digresiones eruditas y, sobre todo pensamientos morales y doctrinales.

Veamos un ejemplo de DFM de “El adúltero”, y esto es lo cuenta Zabaleta: la criada de la mujer adúltera lleva un mensaje al galán a quien ama. El galán lee el billete, le da un doblón a la criada y contesta a su amada. Se viste y va a la iglesia, pues es día de fiesta. Entra la adúltera en la iglesia. El galán llega solo. La mujer le hace la seña para que se vean en el lugar convenido. El autor presenta la relación adúltera entre el galán y la dama; y lo que prometía ser un relato jugoso, incluso tórrido, se trueca, en seguida, en una ristra de amonestaciones, consejos y censuras.

Así comienza “El adúltero”: “Con achaque de ir a misa, sale la criada de la mujer casada ruin el día de fiesta (…). Llega de orden de su señora, a casa del galán en quien ella tiene puesto el gusto (…)”. Y en el párrafo siguiente ya empiezan las amonestaciones: “Los criados que entran a servir a amos viciosos, o han de ser malos criados, o malos cristianos; pero habiendo de desagradar a alguno, mejor es desagradar al dueño injusto que al dios justiciero” (p.129) .

Como se ha visto el contenido doctrinal pesa mucho en la concepción de la obra costumbrista áurea, de tal modo que se van desdibujando los componentes de la ficción novelesca en favor de la preocupación didáctica y moralizadora. Los ingredientes básicos de cualquier relato, argumento y personajes, ceden su lugar a un conjunto de tipos y escenas que el escritor costumbrista aprovecha para comentar los aspectos morales del relato, que es lo que verdaderamente importa.

Y para concluir, a pesar de lo dicho, puedo afirmar que el costumbrismo de Zabaleta pinta al ciudadano en día de fiesta, libre de sus ocupaciones y entregado a sus diversiones favoritas, mostrándose tal como es, pues Zabaleta, sin pensarlo, “malgré lui”, nos presenta a la sociedad madrileña de su época de una manera mucho más fiel que los novelistas y los autores dramáticos, porque tanto la novela como la comedia tratan de entes de ficción y Zabaleta no inventa, sino que retrata tipos y situaciones.

BIBLIOGRAFÍA:

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-: El día de fiesta por la tarde, Cursa Editorial, Madrid, 1977, (Edición, introducción y notas de José Mª Díez Borque).

-: El día de fiesta por la mañana y por la tarde, Editorial Castalia, Madrid, 1983,

(Edición, introducción y notas de Cristóbal Cuevas García)

-: El día de fiesta por la tarde. El Parnasillo, Ediciones Simancas, Dueñas (Palencia), 2006



Madrid, 28 de octubre de 2011.







1 Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, Editorial Castalia, Madrid, 1983 (Edición de Cristóbal Cuevas García), p. 303. Todas las citas del DFM y T serán de esta edición, señalando la página.

2 Elejabeitia Ana, >>La nueva biografía del escritor Juan de Zabaleta<< en LETRAS DE DEUSTO nº 28, Enero-Abril de 1984, p. 73

3 Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la mañana, Ediciones Castilla, junio de 1948, Madrid. (prólogo, edición y notas de Mª Antonia Sanz Cuadrado), Prólogo, pp. 10-11.

4 Azorín, “Un pensador original en el siglo XVII”, en ABC, miércoles 1 de junio de 1921, Madrid

5 Zabaleta Juan de, El día de fiesta por la tarde, Cursa Editorial, Madrid, 1977, p. XXIII de la introducción (Edición y notas de José Mª Díez Borque).

6 Correa Calderón E., Costumbristas españoles I, Aguilar, Madrid, 1964, “Estudio preliminar”, p. XI

7 Ob. Cit. Estudio preliminar, p. XIV.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias muy bueno tu comentario.